Islas de montaña: la recuperación de un bosque nuboso de transición en Costa Rica

“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”

Biodiversidad

Un quetzal resplandeciente, ave icónica del bosque nuboso de América Central. Foto de Cephas a través de Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0).

  • Dos turistas que vacacionan en Costa Rica, sorprendidos por la deforestación que observan, adquieren terrenos degradados junto al Parque Nacional Chirripó y recuperan un bosque nuboso de transición.

  • La reforestación de los hábitats insulares degradados es un primer paso para recuperar la biodiversidad empobrecida por el aislamiento, así como para mitigar las amenazas climáticas.

  • La comunidad científica concuerda en que, cuanto más grande sea el hábitat forestal insular, mayor será su diversidad y más resiliente será ese sistema forestal frente al cambio climatico. Los bosques también almacenan más dióxido de carbono que los terrenos agrícolas degradados y aportan humedad al suelo y a la atmósfera como protección contra las sequías intensificadas por el calentamiento global.

En 2001, una pareja de origen sudafricano, Genevieve e Ian Giddy, viajó a Costa Rica para escalar el monte Chirripó, uno de los picos más altos de América Central, protegido por el Parque Nacional Chirripó. Al descender de la cumbre de 3821 metros, la pareja observó una abrupta división entre el bosque nuboso biodiverso protegido de altitud elevada y las zonas deforestadas de pastura para el ganado y establecimientos agropecuarios más abajo.

Fue una epifanía.

Al año siguiente, regresaron y compraron una pequeña explotación agropecuaria en el límite del parque, con el ambicioso propósito de recuperar un área del bosque nuboso de transición, un hábitat perdido hace mucho tiempo y que está situado entre 1500 y 2500 m de altitud. Durante los años siguientes, compraron seis explotaciones más, con lo que llegaron a reunir 283 hectáreas. Bautizaron su adquisición con el nombre de Cloudbridge, y la concibieron como un vínculo y amortiguador de hábitats entre el Parque Nacional Chirripó y las comunidades humanas situadas mucho más abajo.

La pareja tenía mucho trabajo por delante. Los terrenos adquiridos estaban “básicamente agotados, eran antiguos terrenos agrícolas [aunque] algunos se encontraban en regeneración natural (bosques secundarios) y algunos pocos seguían siendo bosque primario”, recuerda Tom Gode, presidente de la junta directiva de la Cloud Forest Conservation Alliance (CFCA), con sede en Estados Unidos, que hoy gestiona Cloudbridge Nature Reserve.

Los Giddy tenían la intención de ampliar la zona forestal fuera del parque nacional, por lo que empezaron a plantar árboles rápidamente. Sin embargo, pronto descubrieron que recuperar un ecositema complejo de transición no es tarea sencilla. La mayor parte de las primeras plantaciones no sobrevivó, comentó Gode, quien se sumó al equipo en 2006.

“Hacia el tercer año, habían perdido prácticamente el 90 % de sus árboles”, en gran parte debido al mantenimiento inadecuado, pero también porque los plantones comprados en los viveros no estaban adaptados al “hábitat insular” del bosque nuboso de altura. Sin desanimarse, la pareja tomó sus fracasos como oportunidades de aprendizaje. Se dieron cuenta de que había llegado el momento de probar con algo distinto.

Lugar de plantación de Cloudbridge a lo largo de un sendero de montaña antes de la recuperación, cuando la zona estaba completamente deforestada y cubierta de helechos y hierbas. El grupo investigador trabajó en la eliminación de malezas durante la plantación. Foto cortesía de Cloudbridge.

El mismo lugar en el mismo sendero cinco años después, con los árboles plantados en crecimiento. Foto cortesía de Cloudbridge.

Cómo salvar un hábitat insular entre las nubes

Para comprender por qué el bosque nuboso costarricense es importante para la biodiversidad mundial, es necesario comprender cómo funcionan los “hábitats insulares”, cuya dinámica define una disciplina conocida como biogeografía de islas o biogeografía insular, campo creado en la década de 1960 por el ecologista Robert H. MacArthur y el biólogo E. O. Wilson. Un entorno insular es una zona de hábitat adecuado para un ecosistema concreto, pero rodeada de hábitat inadecuado; tradicionalmente se define como una isla terrestre aislada por el océano.

Sin embargo, en la acualidad, la comunidad científica sabe que los “hábitats insulares” vienen de todo tipo y forma, y que no se encuentran rodeados solo por el mar. El bosque nuboso de Costa Rica, por ejemplo, es un hábitat insular demarcado no solo por agua, sino también aislado por la altitud, cuya “orilla” está aislada y es aún más vulnerable por el desarrollo humano y la deforestación.

Eso se debe a que cuanto más pequeño es un hábitat, menos especies pueden ocuparlo. Esto aumenta las probabilidades de que se produzca la extinción, una dinámica definida por los biogeógrafos insulares como “la relación especie-área”. Por el contrario, cuanto más grande es un hábitat insular, más resiliente es, un hecho que incrementa el valor de la labor de recuperación de los Giddy.

En la actualidad, el cambio climático provoca que la supervivencia del bosque nuboso sea aún más frágil, en la medida en que las altitudes se vuelven más calurosas y secas. En el futuro, es posible que a las especies adaptadas a las grandes altitudes no les quede lugar para subir y encontrar los niveles óptimos de temperatura y humedad. Asimismo, se desconoce el resultado que podría tener el hecho de que las especies de las tierras bajas sigan subiendo y compitan con las de tierras altas.

Todo esto hace que la protección y recuperación del bosque nuboso y montañoso de transición sean más importantes que nunca.

El bosque nuboso del Parque Nacional Chirripó. En la actualidad, el cambio climático provoca que la supervivencia del bosque nuboso sea más frágil, en la medida en que las altitudes se vuelven más calurosas y secas. Foto de omvargas a través de Flickr (CC BY-NC-ND 2.0).

Recolección y siembra tempranas de semillas

En 2006, dado que el 90 % de los plantones de la pareja Giddy no sobrevivía, necesitaban un nuevo plan de recuperación. Juntos, con Gode, decidieron dejar que la naturaleza los guiara y determinara qué plantar y dónde.

En vez de comprar árboles de vivero, cosecharon las semillas directamente de la naturaleza, halladas en la altitud adecuada. Y funcionó. Es una técnica que siguen usando hoy en día.

“Nos adentramos en el bosque primario. Recolectamos las semillas o, en algunos casos, trasplantamos los árboles y dirigimos nuestro propio vivero”, explica Gode. Al hacerlo, plantan menos árboles, pero sobreviven muchos más. Con el tiempo, la ONG logró que la pérdida árborea del 90 % de la reserva se redujera al 50 %.

Pero esta cifra seguía siendo insuficiente. Luego de que varios proyectos de investigación en Cloudbridge proporcionaran información científica invaluable, el equipo de conservación volvió a renovarse. Utilizando cartón como mantillo e incorporando micorrizas al suelo —asociaciones simbióticas entre los hongos y las raíces de las plantas vasculares—  que aumentaron la supervivencia a un 90 %.

El conocimiento del lugar también resultó invaluable, dice Gode. El equipo descubrió que los lugares más difíciles para plantar eran las pendientes orientadas al oriente porque les da el sol caliente de la mañana, que seca los plantones. Así que probaron la “plantación en isla”, plantando algunos árboles resistentes en campos poco fértiles. Las aves se posaban en ellos y llevaban las semillas a los campos. Crecían más árboles y arbustos, al tiempo que los árboles pioneros brindaban sombra.

“Era una lotería que alguno [de los árboles] sobreviviera, pero si somos realistas, sabemos que incluso si uno de ellos sobrevive, los pájaros lo utilizarán… Es eficaz”, dice Gode. La plantación en isla es complementaria a la forma principal de recuperación: hacer una plantación intensiva en áreas que la necesitan.

(Izquierda) El vivero de árboles de Cloudbridge, donde las semillas obtenidas de la naturaleza se germinan y cultivan hasta que están listas para usarse en reforestación. Los primeros intentos de usar semillas de árboles de viveros comerciales fracasaron. (Derecha) Una variedad de semillas de la selva tropical de montaña recolectada por el equipo de Cloudbridge. Fotos cortesía de Cloudbridge.

Un baile intermedio

Un problema que enfrentó el equipo de recuperación era saber con precisión dónde sembrar las plántulas  y las semillas. Esa dificultad se vio acentuada por el hecho de que Cloudbridge está ubicada en un ecotono, es decir, un espacio de transición entre dos comunidades biológicas. “Debido a nuestra elevación, Cloudbridge es un bosque de transición. Si vas más arriba de Cloudbridge, casi el 100 % son robles. Si vas más abajo de Cloudbridge, prácticamente no hay robles. Todo cambia precisamente aquí”, explica Gode. Para abordar el efecto del ecotono, el equipo suele plantar la mitad de un área con robles y la otra con otras especies.

Asimismo, no intentan imitar la sucesión ecológica o natural en sus plantaciones. En lugar de reforestar con especies pioneras (las primeras en llegar tras la deforestación), se lanzan a sembrar especies clímax (los árboles que llegarían en último lugar y vivirían más tiempo).

Uno de los motivos en los que se fundamenta esta estrategia que parecería irracional es el tamaño y distribución de las semillas: “Plantamos un bosque más parecido a un bosque primario que a un bosque regenerado naturalmente. [Esto se debe a que] la regeneración natural [se lleva a cabo principalmente mediante] semillas transportadas por el aire o por las aves. Sin embargo, muchas de nuestras semillas [de especies clímax] aquí son [enormes], del tamaño de un aguacate [maduro] que, obviamente, un ave no va a transportar”.

Se trata de semillas que solo un animal grande, como el tapir norteño (Tapirus bairdii), el mamífero terrestre salvaje más grande que vive actualmente en América Central y del Sur, puede dispersar. No obstante, cuando se fundó Cloudbridge, no había tapires norteños que vivieran entre los pastizales degradados.

Un tapir norteño (Tapirus bairdii), el mamífero terrestre salvaje más grande que vive actualmente en América Central y del Sur. Foto de Sylvère corre a través de Flickr (CC BY-NC-SA 2.0).

En un pasado muy lejano, otra megafauna, ahora extinta, probablemente habría desempeñado la función del tapir de esparcir semillas, como los gomfoterios, parecidos a los elefantes. Sin embargo, aquí también se aplican las relaciones de especie-área: Es más probable que en los hábitats estresados de pequeñas islas las especies más grandes se extingan primero.

A falta de tapires o gonfotéridos allí, los humanos se convirtieron en los dispersores de semillas del bosque clímax de Cloudbridge, aunque también dependían de la gravedad para distribuir las semillas redondeadas del tamaño de un aguacate. “Hace 10 años nos propusimos plantar las líneas de cresta, entendiendo que las semillas [del gran bosque clímax] [caerían de los árboles maduros] y rodarían colina abajo”, comenta Gode.

En la actualidad, el personal y los voluntarios de Cloudbridge han registrado avistamientos de tapires norteños, aunque los animales siguen siendo transitorios y suelen aparecer solo en la estación seca. El bosque probablemente no tenga el tamaño suficiente para que los tapires lo adopten como lugar de residencia, dice Gode.

“Para que el bosque llegue a ser algo parecido a un bosque primario, tendrán que pasar siglos y siglos”, explica Gode. “Nuestro bosque se está adelantando literalmente siglos a lo que haría el rebrote natural”. Y está funcionando.

Una paca común (Cuniculus paca) en Cloudbridge. Foto cortesía de Anthony Garita/Cloudbridge.

El regreso del resplandeciente quetzal

Con la desaparición del ganado y el hecho de que los árboles clímax están volviendo a crecer, la fauna silvestre comenzó a regresar. “Si nos remontamos a unos 18 años atrás, no veíamos fauna silvestre; no veíamos aves aquí”, recuerda Gode. “Quizás podías ver un buitre sobrevolando la zona, y probablemente podía contar todas las especies de aves [locales] con una mano”.

Hasta el día de hoy, el personal ha catalogado 305 especies de aves en Cloudbridge, lo que supone un aumento de 60 veces en menos de 20 años. Eso incluye el regreso del resplandeciente quetzal (Pharomachrus mocinno), una inconfundible y hermosa ave de los bosques nubosos de las zonas altas de Centroamérica, catalogada como Casi Amenazada en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

“Creo que es una de las especies más icónicas del bosque nuboso. Es algo muy mágico, y a algunas personas les entusiasma muchísimo ver ocasionalmente alguna aquí”, dice Casey McConnell, gerente general de Cloudbridge.

Además, el equipo confirma que el bosque en recuperación ha sido utilizado por las seis especies de felinos salvajes presentes en Costa Rica: la oncilla (Leopardus tigrinus), el tigrillo (Leopardus wiedii), el yaguarundi (Herpailurus yagouaroundi), el ocelote (Leopardus pardalis), el puma (Puma concolor) y el yaguareté (Panthera onca).

Una rana de cristal variable (Espadarana prosoblepon) en Cloudbridge. Foto cortesía de Anthony Garita/Cloudbridge.

El director de operaciones de Cloudbridge, Max King, señala que es “muy raro” que tanto el ocelote como la oncilla pasen tiempo aquí. “Normalmente, un ocelote, que es más grande que una oncilla, matará a la oncilla, porque tienen nichos similares dentro del ecosistema”. Pero parece que ambos felinos coexisten.

El equipo todavía está investigando a qué se debe esta particular relación entre los dos felinos, pero King apunta que podría deberse a la singularidad de Cloudbridge. “Creo que, en parte, se debe a… la naturaleza de transición que tiene el bosque”, que permite que el ocelote y la oncilla aprovechen distintos tipos de bosques en una pequeña zona.

Ahora Cloudbridge cuenta con un puma hembra residente, que ha criado allí con éxito a sus pequeños. “Esto demuestra que [el bosque ya puede sustentar] a un superdepredador. Demuestra el estado del bosque”, afirma King. También han aparecido jaguares en Cloudbridge, pero no son residentes; por el contrario, se desplazan por la reserva en su camino entre el Parque Nacional Chirripó y los terrenos que están más abajo.

El bosque recuperado también alberga especies silvestres menos conocidas, como el conejo de monte (Sylvilagus dicei), una especie de conejo que solo se encuentra en una pequeña zona de las montañas de Costa Rica y Panamá, y que está catalogada como Vulnerable por la UICN.

Un yaguareté negro (Panthera onca) captado con una cámara trampa en la cordillera de Talamanca como parte de una colaboración con el Proyecto Mamíferos del Centro Quetzal de Investigación y Educación de la Point Loma Nazarene University, en EE. UU. La coloración negra u oscura se debe a que el yaguareté es melánico, una variante de color que aparece en algunos animales. Foto cortesía de Cloudbridge, Parque Nacional Chirripó y Proyecto Mamíferos de QERC-PLNU.

Aumenta la temperatura en las cumbres

A pesar del éxito de la labor de recuperación, Cloudbridge todavía tiene que enfrentarse a los continuos efectos de borde (en los límites de las zonas degradadas, deforestadas o fragmentadas) y, al igual que sucede en todo el planeta, a la aceleración del calentamiento climático.

Los efectos de borde se producen cuando un bosque se topa con un ecosistema radicalmente diferente, en este caso, pastizales para el ganado y tierras de cultivo. Los bosques de bordes tienden a ser menos diversos, más secos y a sufrir más erosión eólica; asimismo, corren un mayor riesgo de incendios. Las especies de aves de las profundidades del bosque no sobreviven en el hábitat de borde.

El cambio climático también aumenta la vulnerabilidad de la pequeña reserva afectada por los bordes. McConnell explica que el tiempo meteorológico “ya no es tan predecible como solía ser”. A medida que el calor provocado por el cambio climático asciende montaña arriba, el bosque nuboso se va secando.

McConnell también ha observado que ciertas especies silvestres de las tierras bajas suben a medida que aumenta la temperatura en las cumbres, lo que las hace competir con las especies de las altitudes mayores. Entre ellas, se incluye la oropéndola cabecicastaña (Psarocolius wagleri). “Es un ave que… antes no se veía… por estas alturas”, comenta, pero ahora está en Cloudbridge y no en pequeñas cantidades, sino en grandes bandadas.

Una araña errante (Cupiennius coccineus) en Cloudbridge. Foto cortesía de Cloudbridge.

Los efectos del cambio climático también están cambiando la manera en que la organización de Cloudbridge aborda la recuperación. “Cuando empezamos, plantábamos en función del lugar donde encontrábamos las semillas. Si las encontrábamos cerca de un arroyo, la plantábamos cerca de arroyos… Ahora, las plantamos aleatoriamente por todas partes porque no sabemos qué va a sobrevivir [o dónde], y la naturaleza las va a seleccionar en los próximos años” a medida que el mundo se calienta, dice Gode.

La reserva, si bien es reducida, también podría tener un efecto positivo sobre el clima local. El bosque renovado es más fresco y más húmedo que los pastizales degradados y las tierras de cultivo que reemplazó. También funciona como un amortiguador que ayuda a proteger el bosque nuboso del Parque Nacional Chirripó. Aumentar el tamaño del ecosistema de Chirripó podría aumentar su resiliencia ante un mayor calentamiento o más sequías.

Además, plantar especies grandes y nativas puede llevar a un mayor almacenamiento de dióxido de carbono, y mucho más rápido, que con otros proyectos de recuperación de tamaño similar, aunque aún han de hacerse investigaciones al respecto. Cloudbridge también tiene un valor educativo: recibe a miles de visitantes al año, turistas que aprenden sobre la amenaza que el cambio climático supone para el bosque nuboso.

La reseva privada depende casi exclusivamente del turismo y de voluntarios para financiar su funcionamiento. En este momento, la mayor parte de la reserva se ha replantado, y la ONG ha cultivado unos 50 000 árboles. “Creo que, en cierta forma, hemos sido víctimas de nuestro propio éxito”, obsera King. “Nos hemos quedado sin espacio”.

No obstante, esa limitación no ha impedido el avance del grupo. Tienen pensado colaborar con los propietarios locales para ayudarlos a recuperar sus bosques, y esperan construir corredores naturales de modo que la fauna silvestre pueda seguir desplazándose por el paisaje. Si el equipo puede reproducir signifiativamente su éxito en toda la región, podría reducir aún más el impacto del cambio climático, en especial, dado que los árboles ayudan a generar la neblina vital para la supervivencia del bosque nuboso.

Ian Giddy falleció en 2009, pero Genevieve Giddy sigue afiliada a Cloudbridge. Visita el lugar cuando puede y hace presentaciones tanto en Estados Unidos como en Canadá sobre el trabajo que ella y su marido iniciaron hace más de 20 años. Las semillas que plantaron en suelo montañoso y en el corazón de la gente han crecido y dado paso a un ecosistema en funcionamiento con una gestión continua: una próspera comunidad forestal entre las nubes.

Fuente:

 
 

Mayo, 2023

Biodiversidad