La exitosa misión del pueblo indígena Cofán para salvar a las tortugas de río en Ecuador
“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”
Biodiversidad
Dentro de la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno, en Ecuador, una iniciativa implementada por el pueblo indígena Cofán desde hace casi tres décadas, ha logrado un importante aumento de las poblaciones de dos especies de tortugas de río.
Un total de 105 174 crías de tortuga Podocnemis unifilis —conocidas comúnmente como charapas— han sido el resultado del exitoso programa de manejo comunitario que inició en la década de los noventa, según datos publicados por científicos y la comunidad de Zábalo, a orillas del río Aguarico.
Esta especie de tortuga, así como la Podocnemis expansa, están enlistadas en distintas categorías de amenaza debido a su histórica explotación para el consumo de su carne y huevos, así como para su venta como mascotas.
A finales de la década de los ochenta, la comunidad indígena cofán de Zábalo —al interior de la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno— se alarmó por lo que ocurría en la ribera del río Aguarico, en la Amazonía ecuatoriana. Como en todos los afluentes amazónicos, la fuerte cacería y extracción de huevos de las tortugas charapas, como comúnmente se conoce a las Podocnemis unifilis, provocaron una drástica disminución en sus poblaciones. Las tortugas de agua dulce que históricamente habían alimentado a los pueblos cercanos y que alguna vez abundaron, estaban desapareciendo.
“Antes solíamos andar por el río en las diferentes playas recogiendo huevos. Tanto indígenas, como colonos y todos los grupos de personas que pasaban por allí, cogían tortugas y se las comían. No tenemos números exactos de cómo era antes, pero los mayores cuentan que había bastantes charapas y que, si bajabas por el Aguarico, las tortugas estaban allí, tantas como si fueran piedras”, narra Felipe Borman, originario de Zábalo e integrante de la Fundación Sobrevivencia Cofán (FSC), organización dedicada a la conservación de la cultura de este pueblo indígena y la selva tropical que habita.
“Sabemos que desde que ha habido presencia de los humanos en el área, con la conformación de sus comunidades, se redujeron las tortugas”, agrega Borman. Uno de aquellos años, en la época de cosecha de huevos —entre agosto y enero—, vieron que las tortugas sólo pusieron unos 180 nidos. Ahí fue donde la gente se preocupó y la comunidad de Zábalo decidió tomar acción.
La idea de sus habitantes fue hacerse responsables de los impactos y cambiar la visión que, como comunidad, tenían de la especie. La primera acción para protegerlas, en el año 1989, fue autoimponerse la prohibición total de su consumo.
“El primer año no las consumieron, pero vieron que eso no estaba teniendo tantos efectos positivos, porque los nidos seguían vulnerables. La comunidad de Zábalo no consumía los huevos, pero las otras comunidades que pasaban por el río sí, igual que los predadores naturales en las playas. Entonces dijeron: tenemos que protegerles más”, agrega Borman, quien ha convivido y trabajado con las charapas toda su vida, desde que era niño.
La segunda acción de Zábalo, en 1991, fue trasladar los nidos a las playas más altas para que no fueran recolectados por la gente y que tampoco fueran afectados por la creciente del río. Esos primeros intentos resultaron en la liberación de más de 200 nuevas tortugas. Poco a poco, las familias fueron experimentando y mejorando su trabajo con la especie. Entre 1994 y 1995, lograron el nacimiento de 990 tortugas e incluso comenzaron a recibir los primeros incentivos económicos por parte de organizaciones no gubernamentales, con los que construyeron las primeras playas y piscinas artificiales, al lado de las casas cofanes, para la crianza de las tortugas recién nacidas antes de devolverlas a la naturaleza.
Ese fue el inicio de la estrategia que involucró a una comunidad entera y a varias organizaciones e instituciones que, a lo largo de las siguientes dos décadas, lograron el nacimiento de más de 100 000 tortugas charapas en su territorio, según datos generados por el propio equipo de habitantes y especialistas de World Wildlife Fund (WWF), la Fundación Sobrevivencia Cofán y el Instituto Nacional de Biodiversidad Ecuador (Inabio).
Su metodología ha alcanzado un 81 % de éxito en las eclosiones. A finales del 2023, la comunidad y un grupo de científicos publicaron un artículo en la Revista Latinoamericana de Herpetología que da cuenta de sus alcances.
Al rescate de las tortugas
Las tortugas del género Podocnemis son reptiles acuáticos que habitan la cuenca del Amazonas así como otras ecorregiones continentales. Podocnemis expansa y Podocnemis unifilis están evaluadas en la Lista Roja de Reptiles del Ecuador como En Peligro Crítico y como especie Vulnerable, respectivamente, así como catalogadas bajo el Apéndice II de la convención CITES, principalmente debido al consumo excesivo y constante de huevos y carne por las comunidades locales a lo largo de las playas de anidación en la región.
“Las charapas son indispensables en el ecosistema, ya que nos ayudan a mantener el equilibrio de los ecosistemas acuáticos, en la dispersión de semillas, la recirculación de nutrientes, al remover el fondo de los ríos para enterrarse y de las orillas de los ríos para poner sus nidos. Además, son fuente de proteína para comunidades locales que habitan las riberas de los ríos amazónicos”, explica Jessica Pacheco, investigadora, oficial del Programa de Bosques y Agua Dulce de World Wildlife Fund (WWF) y una de las autoras del artículo científico.
Felipe Borman describe a las dos especies de tortugas como unos animales muy peculiares que habitan los ríos amazónicos y que salen a coger el sol de vez en cuando en las playas. “Las charapas (Podocnemis unifilis) son unas criaturas más planas —no tan redondas como las tortugas de tierra—, negras y con puntitos en la cabeza. Al crecer, pesan entre cinco y diez kilos, y ponen entre 15 y 45 huevos [por ciclo reproductivo]”, describe.
La captura y comercio de estas especies no es un asunto reciente, recuerda Borman. Se tienen registros que se remontan al siglo XVI, cuando los conquistadores las cazaban para obtener carne y aceite. En la actualidad, la explotación de estos animales se extiende por toda la región amazónica, incluyendo Ecuador, Colombia, Bolivia, Brasil, Perú, Venezuela y Guyana, países en donde se les han atribuido usos dietéticos, medicinales y ornamentales.
“Últimamente, también tenemos todo el efecto del cambio climático que está afectando a los ríos y eso impacta directamente a los sitios en donde ponen los huevos las tortugas: se están calentando demasiado las playas. Además, ahora los ríos crecen en diferentes tiempos y, como las tortugas viven en ellos, son muy vulnerables”, se lamenta Borman.
El proyecto de Zábalo, al que nombraron Programa de Gestión Comunitaria Charapas, tiene muchos actores e involucra la participación de familias locales en el seguimiento de la especie.
“Toda la comunidad está involucrada en el proyecto y todos jugamos una parte. Primero, tenemos reglamentos para proteger a la Podocnemis unifilis. Además, se invierte dinero propio a este proyecto, proveniente de los incentivos del programa estatal Socio Bosque [que la comunidad recibe por comprometerse voluntariamente a la conservación de bosques nativos y sus valores ecológicos], para hacer el monitoreo cada temporada. Las familias que están en la comunidad tienen repartidos los diferentes días de la semana y, para cada día, se organizan equipos de entre seis y ocho familias”, explica Borman.
Cada mañana, los grupos salen hacia las playas antes del amanecer. El trabajo consiste en recorrer los espacios asignados en búsqueda de las huellas de las charapas que han salido a depositar sus huevos en la arena.
“En donde cavó la tortuga, puedes ver que es un área con un diseño un poco diferente. Primero, tomas la decisión como familia sobre si vas a cosechar el nido o si le vas a colocar una marca —con un palito y una cinta con tu nombre— para guardarlo para el proyecto. Es decir, si en esa semana no tengo comida en mi casa, yo cosecharía esos huevos para consumirlos”, explica Borman.
Todo dependerá también del número de nidos localizados. Por ejemplo, si una familia detecta entre seis y ocho, podría cosechar la mitad y señalizar el resto para la conservación. Después sigue el trabajo del monitor de la comunidad, una persona contratada para recorrer toda el área, registrando el trabajo de las familias.
“Generalmente, el monitor está subiendo el río entre las siete y ocho de la mañana y te va a preguntar cuántos nidos cosechaste y cuántos señalizaste. Así mantenemos un control”, agrega Borman.
Además, el monitor tiene la tarea de revisar cada nido y ver si se encuentra en un área de riesgo. De ser así, recoge y trasplanta los huevos en un balde con arena, asegurándose de que su posición y orden sea el mismo que en el sitio original. Luego los lleva a las playas artificiales y siembra otra vez el nido allí, anota el resto de la información —como la fecha de recolección y el número de huevos— y los protege en ese nuevo sitio durante los próximos 60 días, hasta su eclosión.
“Hay algunos nidos que están bien puestos en una playa bien alta, donde no les va a afectar nada por unos días; a esos nidos el monitor sí los deja una semana, más o menos, para que se endurezcan más los huevos y así tengan mejor oportunidad de eclosionar que cuando son manejados tan rápido. Pero, al final, todos los nidos se llevan a las playas artificiales para que eclosionen”, detalla Borman.
Sin embargo, la labor no termina allí. La comunidad cuida a las crías de charapa entre seis y doce meses más dentro de unas piscinas artificiales, antes de liberarlas en el río. Los colaboradores cofanes entrenan destrezas en técnicas de investigación y manejo para la conservación, entre ellas la manipulación correcta de las tortugas, mediciones con calibrador y balanza electrónica, así como la colección de datos morfométricos.
“Así hemos visto a las charapas crecer y comenzar a poner sus huevos en las playas. Poco a poco vimos crecer también el número de nidos que estaban en nuestra área, al igual que en las áreas de los vecinos, en donde también se empezó a ver un incremento”, dice Borman.
La evaluación
El éxito de esta estrategia era visible en el territorio, sin embargo, había que ampliar la información, pues los procesos de seguimiento y validación en el pasado habían sido limitados. Por eso, la Fundación Sobrevivencia Cofán y la comunidad de Zábalo, en alianza con investigadores de World Wildlife Fund (WWF) y del Instituto Nacional de Biodiversidad Ecuador (Inabio), realizaron una evaluación integral del Programa de Gestión Comunitaria Charapas.
El objetivo era tener un sustento científico para demostrar los avances en casi tres décadas de trabajo, fortalecer el plan de manejo, contribuir a la conservación de las tortugas y así tener herramientas para, próximamente, lograr un plan de biocomercio racional que aproveche un porcentaje de las tortugas para su venta y que estas atraigan ingresos para fortalecer el proyecto y a las familias cofanes.
“Los cofanes han tenido un éxito bastante representativo al extraer estos huevos y manejarlos artificialmente. Esto directamente se ha transformado en un aumento de la población de charapas en la zona y también en una posibilidad y en una oportunidad, por haber manejado un recurso durante tanto tiempo y que actualmente es estable para potencialmente extraer cuotas de estas tortugas y tener un potencial negocio de biocomercio”, explica Mario Yánez, investigador del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), especializado en taxonomía, filogenia, evolución y ecología de anfibios y reptiles ecuatorianos.
Sin embargo, el experto señala que este tema ha sido complicado con la autoridad ambiental, puesto que es demasiado rígida en la visión que tiene sobre el manejo de estas especies. Su metodología plantea tener parentales —explica Yánez— es decir, sacar un número de hembras y machos para mantenerlos en una granja o criadero y de ahí producir los huevos.
“Por el contrario, el aprovechamiento que quiere realizar el pueblo cofán, es el mismo que se maneja en otras áreas del mundo y en zonas neotropicales, que es lo que se conoce como rancheo, es decir, tener un área natural donde se puede extraer y aprovechar el recurso animal, manejando cuotas y, sobre todo, teniendo claro que debe haber procesos de veda. Este rancheo depende directamente de un ecosistema recuperado, saludable y, en este caso, Cuyabeno es un área protegida y de producción faunística en donde sí se puede realizar. Los cofanes tienen el sustento de su trabajo”, aclara Yánez.
Según la evaluación integral, el río Aguarico representa una corriente serpenteante que fluye hacia el este desde los Andes, que conecta varios sistemas de humedales blancos y negros que transportan altas concentraciones de nutrientes y sedimentos, extraídos de la cordillera de Pimampiro. Hacia el sur, el Aguarico sigue su curso hacia Perú, donde se une al río Napo, uno de los principales afluentes del río Amazonas.
En un tramo de esta importante zona es donde se ubica la comunidad de Zábalo y sus más de 20 kilómetros de río que fueron el sitio de estudio para la evaluación. La información recopilada por los cofanes durante los patrullajes diurnos en las temporadas reproductivas, abarca de septiembre a febrero, de 1994 a 2019. Los datos disponibles fueron estandarizados y unificados en una sola base de datos. La evaluación consideró las tendencias poblacionales en la anidación de las tortugas —como la densidad, abundancia, éxito de eclosión y producción de crías— para P. unifilis. Mientras que, para el caso de P. expansa, se recopilaron algunos datos disponibles, dado que esta especie no ha sido el foco principal del programa comunitario.
“Aprovechando el conocimiento que ellos tienen de su geografía, lo principal fue establecer una delimitación del área geográfica para medir las diferentes variables del estudio. Se hizo una medición de la superficie de cada una de las 21 playas que los cofanes poseen dentro de la zona de producción de fauna, en la Reserva Cuyabeno, reconocida como una de las más biodiversas de Ecuador”, explica Santiago Varela, biólogo y asistente de investigación de la WWF y el Inabio.
Así se reportó un total de 9 126 nidos en la comunidad de Zábalo a lo largo del río Aguarico en un lapso de 17 años, arrojando un promedio de 537 nidos por año. Anualmente, el 56 % —la mayor parte— fueron asignados para fines de conservación, el 36 % fueron consumidos localmente y el 8 % se perdió por causas de origen natural —como depredación y crecidas del río— o antropogénicos, relacionadas con robos cometidos por personas ajenas al proyecto.
El éxito de eclosión se estimó sólo para los nidos con información completa —es decir, que cuenten con etiquetados correctos sobre fechas y números de huevos localizados—, arrojando un éxito promedio de 81.35 %.
“En Zábalo hay más charapas que en cualquier otra comunidad. Se inició con 180 nidos y ahora se tienen más de mil sólo en esta área, sin contar las que se van donde las comunidades vecinas. Sabemos que hay otras comunidades que han tomado el ejemplo de nosotros porque han visto que sí ha funcionado”, afirma Rafael Yunda, oficial del Programa de Bosques y Agua Dulce de WWF, quien ha acompañado el proyecto de los cofanes desde sus inicios.
Al igual que en Zábalo, el estudio apunta que varios programas de manejo en la región amazónica han tenido éxito en la recuperación de Podocnemis unifilis. Por ejemplo, el caso de la Reserva Nacional Peruana Pacaya-Samiria donde se iniciaron los primeros experimentos en 1978, que luego evolucionaron a un programa de manejo participativo en 1994. Este proyecto resultó en el rápido crecimiento de la población local, logrando obtener la patente de manejo bajo un régimen de no extracción perjudicial. La comercialización de huevos y tortugas adultas en Pacaya inició en el año 2008, con un cupo inicial que se ha ido incrementando paulatinamente bajo criterios técnicos.
En Zábalo, además de una reducción del consumo de tortugas Podocnemis, el éxito en el aumento de nidos y eclosiones de huevos ha compensado la influencia de factores naturales que afectan negativamente la supervivencia y el éxito de los nidos, como la depredación y los eventos de inundación.
La esperanza
Tal ha sido el éxito en Zábalo que el Programa de Gestión Comunitaria Charapas ha impulsado acciones de manejo en otras localidades de la Amazonía ecuatoriana, replicando su metodología en zonas como Playas de Cuyabeno, Zancudo Cocha, Yasuní y Tiputini, en donde han servido como puente para la llegada del apoyo de distintas organizaciones.
“Evaluar estas tendencias exitosas permite no sólo a la academia sino a las comunidades mejorar las estrategias de manejo de las tortugas. A lo largo de la Amazonía ecuatoriana se tienen varias iniciativas de manejo de estos animales y este estudio permite que un esfuerzo de una sola comunidad sea de utilidad para el resto”, explica Santiago Varela.
Para Felipe Borman, ver los logros de su comunidad ha sido realmente inspirador. La meta ahora es lograr que las familias obtengan mayores beneficios económicos por sus acciones de conservación.
“Yo crecí con el proyecto, como todos los muchachos de Zábalo, desde niños. Aprendimos cómo funcionaba y participábamos como comunidad en la marcación de los nidos y en las liberaciones. Fuimos educados así, es parte de nuestra vida”, dice Borman. “Ahora debemos luchar para asegurar el ingreso para la gente. Hoy en día, en las organizaciones, nos dicen que le vamos a enseñar a la gente sobre conservación y educación ambiental, porque nuestro proyecto es una herramienta para asegurar la abundancia en el futuro”.
Fuente:
Marzo, 2024