Sembrar manglares en el desierto: la Nación Comcaac protege del cambio climático a la isla más grande de México
“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”
Humedales y Manglares
Un grupo de conservacionistas indígenas comcaac, con recursos limitados y sin apoyo gubernamental, colecta semillas de manglar, las reproduce y siembra para combatir la erosión de su territorio al noroeste de México.
Tienen una producción de 4000 plántulas de mangle rojo (Rizophora mangle) al año y están haciendo los primeros ensayos para reproducir dos especies más.
Hace cientos de años, los manglares de la Isla Tiburón no solo sirvieron como refugio para las especies marinas del Canal del Infiernillo, en el noroeste de México, sino también como una guarida para el pueblo indígena comcaac que se defendía, entre su espesura, de la persecución y el exterminio español en la época Colonial.
“La gente corría hacia dentro de los manglares porque los disparos de los arcabuces españoles impactaban en la madera y no alcanzaban sus cuerpos”, narra Alberto Mellado, ingeniero en acuicultura y conservacionista originario de la Nación Comcaac. “Era una manera de escapar. No todos lo conseguían, pero nuestros antepasados se salvaron de esa forma y de ahí venimos nosotros”.
A eso se debe, en parte, la reciprocidad actual de su pueblo —asentado entre el desierto de Sonora y frente a las aguas del Golfo de California— por defender este ecosistema ante las amenazas que ponen en riesgo su integridad: la pesca de arrastre en proporciones desmedidas, la cacería furtiva, el turismo ilegal y el cambio climático.
Manglar en la Isla Tiburón. Al fondo de la imagen, cruzando el Canal del Infiernillo, está la comunidad indígena Punta Chueca o Socaaix, en lengua cmiique iitom. Foto: Gerardo López
La Isla Tiburón es parte del territorio ancestral de la Nación Comcaac: está reconocida como propiedad del pueblo indígena por decreto presidencial desde 1975. Con sus 120 000 hectáreas de extensión se considera la más grande de México. Mellado afirma que en ella se cuenta con el único manglar no impactado por el hombre en esta región.
“Extraña y tontamente, el hombre se ha encargado de destruir los manglares por todo el mundo y aquí son los últimos vírgenes del noroeste de México”, explica. “Conservamos aún 862 hectáreas de manglar intacto, son los manglares ubicados más al norte y los más frágiles de todo el continente”.
Para defender a esos manglares, Mellado formó un equipo de ocho personas con los que trabaja en un programa de mejoramiento poblacional de este ecosistema. Con su esposa, Erika Barnett, y el apoyo de la organización estadounidense Borderlands Restoration Network, lidera la iniciativa sobre protección y ampliación de manglares y pastos marinos en el Canal del Infiernillo, ubicado entre la Isla Tiburón y la costa del estado de Sonora. Es un sitio Ramsar que se caracteriza por la presencia de camas de pasto marino, esteros de manglares y pequeños parches de arrecifes de coral donde habitan y se alimentan especies base para la pesca comercial y artesanal.
También es hábitat de 81 especies de invertebrados endémicos del Golfo de California y varias especies amenazadas, como la totoaba (Totoaba macdonaldi), y diversas tortugas marinas (Eretmochelys imbricata, Caretta caretta, Dermochelys coriacea, Lepidochelys olivacea y Chelonia mydas agassizi).
“Los manglares son una especie importante contra el cambio climático, son un criadero natural en los esteros en el mar donde la vida sucede, donde las especies se reproducen. Son como guarderías del mar, son semilleros del mar. De ahí su importancia”, sostiene Mellado. “Reducen la intensidad de los oleajes durante las tormentas, reducen la intensidad de los vientos. Los pueblos que viven cerca de los manglares están más protegidos: son barreras biofísicas”.
Un vivero para salvar a la costa
Con la construcción de un vivero con recursos propios y un financiamiento extranjero gestionado en 2020, en plena pandemia del COVID-19, el equipo comcaac logró la producción de 4200 plantas de mangle que sembraron en cuatro esteros de su territorio ancestral, con el propósito de atenuar los efectos del cambio climático que ya se han hecho visibles en la región con la modificación de la línea de costa, sequías y huracanes más intensos.
“La Comisión Nacional Forestal (Conafor) no considera los mangles como especies forestales susceptibles de apoyo para trabajo comunitario”, explica Mellado sobre el apoyo del gobierno mexicano. “Se necesita eso, que volteen a ver proyectos como este y otros más que deben existir por ahí y que les ocurre lo mismo que a nosotros, que no pueden acceder a la ayuda necesaria para llevarlo a la escala que de veras provoque una transformación en el ambiente, que de veras valga la pena. La escala de nosotros es muy marginal: 4000 mangles al año”, dice el conservacionista.
Durante dos meses del verano, el equipo comcaac sube a una panga —embarcación de motor de unos ocho metros de eslora, generalmente utilizada para la pesca en menor escala— desde la comunidad de Punta Chueca o Socaaix, en lengua cmiique iitom, e ingresa a la Isla Tiburón, donde recolectan los pequeños ejemplares de mangle rojo (Rizophora mangle), especie con la que mayormente trabajan, pero también de mangle negro (Avicennia germinans) y mangle blanco (Laguncularia racemosa), con las que están haciendo los primeros ensayos para colecta, germinación y crianza en vivero.
“El proyecto inicia con la colecta de las plántulas del mangle en agosto”, explica Mellado. “Se les llaman ‘semillas’, pero no lo son, porque la semilla germina arriba de la planta. El mangle es una planta vivípara y lo que cae es una plantulita casi lista para volverse un árbol, nomás busca un sitio dónde enraizarse y dónde establecerse”, agrega.
Después, regresan a la comunidad para comenzar su proceso de crecimiento dentro del vivero construido en la casa de Alberto y Erika, hecho de tablones de madera, mallas y decenas de fondos de botellas de plástico PET —que se usan para comercializar refrescos— reutilizadas como macetas con agua, hasta que las plántulas tengan hojas y raíces para ser devueltas, a finales del año, al ecosistema natural.
Carbono azul: manglares y pastos marinos para frenar el cambio climático
Gary Paul Nabhan y Laura Monti, son un etnobotánico y una ecóloga cultural integrantes de Borderlands Restoration Network, organización no lucrativa dedicada a generar sinergias entre actividades económicas humanas y sistemas naturales. Su labor se concentra en la frontera que comparten México y Estados Unidos. Tienen más de 40 años trabajando con los comcaac en diversos proyectos de conservación y, desde 2020, se enfocan en estudiar el carbono azul, es decir, el carbono orgánico que queda atrapado bajo el agua de los ecosistemas marinos costeros, como los manglares y las praderas de pastos marinos.
“Recientes investigaciones demuestran que los manglares y pastos marinos, por unidad de superficie, almacenan más carbono que cualquier otro ecosistema terrestre, por lo que su conservación y restauración son reconocidas como estrategias para la mitigación y la adaptación al cambio climático”, explica Monti, también investigadora de la Universidad de Arizona.
Si bien existen estimaciones de los almacenamientos de carbono en manglares y pastos marinos, la realidad es que estas son muy escasas, comenta la ecóloga. Por eso empezaron a trabajar esta iniciativa que incluye muestreos de suelo marino para conocer el contenido de carbono y tener un estudio que aporte datos para facilitar el acceso a programas de pagos por servicios ambientales que beneficien a la comunidad comcaac. Para esta investigación, en 2020, Borderlands Restoration Network recibió recursos de la Fundación 11th Hour que facilitó al equipo comcaac.
“El área protegida Ramsar dentro del Canal del Infiernillo es de unas 30 000 hectáreas y el zacate marino (Zostera marina var. atam) cubre 9725 hectáreas, es decir, más que cualquier otro lugar en todo el lado Pacífico de México”, describe Gary Nabhan. “Secuestra aproximadamente 46 mil toneladas de carbono por año [de acuerdo con un estudio de 1999 realizado por Alf Meling, investigador de la Universidad de Sonora], eso es más que cualquier otro lugar en el Golfo; el carbón azul del secuestro de plantas del mar es más por hectárea que la mayoría de los tipos de bosques y selvas en tierra firme”.
Hay una parte fundamental de la iniciativa: lograr el renacimiento de la xnois, como llaman los comcaac a la semilla del pasto marino —o hatám en su lengua originaria y que cosechan de la costa y del mar— pues sirvió como alimento para su pueblo durante milenios. Se preparaba como una bebida con agua caliente, combinada con miel o con aceite que, en otros tiempos, era de caguama (Caretta caretta). De acuerdo con un artículo publicado sobre el tema en la revista internacional Ciencia, en 1973, se expuso que el valor nutritivo de las semillas de xnois es muy alto en comparación con otros granos como los del maíz y trigo.
“Tiene muchísima proteína, aceites saludables y resulta que es un ‘superfood’ revelado por investigaciones recientes”, afirma Monti. “No necesita uno comer mucho para sentirse muy satisfecho, por eso lo traían antes en los viajes, cuando los ancestros navegaban por todo el Canal del Infiernillo: llevaban bolitas de comida preparadas con el zacate, sus semillas y aceite de tortuga. Hicimos demostraciones recién y los mayores se pusieron contentísimos cuando pudieron comer esa comida. Ahora queremos renovar el interés de parte de los jóvenes por esta comida curativa de enfermedades y ligera que se puede llevar a la pesca”.
Ahora, las abuelas de la Nación Comcaac están recordando y enseñando a las personas más jóvenes de la comunidad la forma de preparar xnois también en forma de atole o de tortilla con su harina, posterior al proceso de cosecha en el que golpean con un palo las plantas maduras de la Zostera marina que se han desprendido del suelo, hasta que sueltan sus semillas.
“En lo personal, para nosotros, los proyectos comunitarios en los que nos involucramos significan llegar hasta el último rincón de nuestra isla”, concluye Alberto Mellado. “Son el medio para reconectar con nuestro patrimonio, con nuestra cultura, con nuestras raíces, nuestra historia y sentir que realmente somos comcaac, que conocemos la isla, la habitamos, la usamos y la cuidamos”.
Fuente
Febrero, 2022