Uru Uru Team: cómo salvar con plantas un lago a punto de morir contaminado

“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”

Lagos y Lagunas

  • El Lago Uru Uru era uno de los humedales más importantes de Bolivia, pero a causa de los desechos de la minería, la contaminación por plásticos y el calentamiento global está desapareciendo. 

  • Uru Uru Team es un grupo integrado por 70 jóvenes indígenas que habitan a las orillas del lago, que vive con sus impactos y que desde 2019 se puso la misión de restaurar el ecosistema. 

  • Sólo durante 2024, construyeron 40 balsas hechas con botellas de plástico recicladas, extraídas de la basura en el lago.

  • Luego, colocaron sobre ellas unas 600 totoras, plantas acuáticas nativas conocidas por su capacidad para absorber y filtrar los contaminantes del agua y el suelo, y esa fue la clave.

Al preguntarle cómo es el Lago Uru Uru, Dayana Blanco describe, más bien, cómo solía ser. Tuvo flamencos. Eran muchísimos y habitaban sus milenarias aguas cristalinas junto a otras aves, rodeadas en armonía por una gran vegetación. Tras los impactos de la minería, la contaminación por desechos plásticos y los efectos del cambio climático, de ese cuerpo de agua ubicado en la zona central del Altiplano andino, en Bolivia, hoy queda muy poco.

“Esos tres problemas lo están matando”, dice Blanco, una joven indígena aymara. “Ahora, la descripción del lago, es la de un lugar con aguas negras, con olores muy fuertes y con pocas aves sobreviviendo, pero que están desapareciendo día a día”.

Para las siete comunidades que lo rodean —como Vito, donde ella vive o en la comunidad vecina de los indígenas Urus—, el lago también representa un espacio en el que se habita con múltiples derechos vulnerados, asegura. Muchos de los habitantes han tenido que abandonar su territorio, pues ya no cuentan con la fuente de agua limpia que mantenía sus modos de vida. Sus pequeños ganados y cultivos beben agua contaminada.

“Así es también para nosotras que vivimos alrededor, que estamos exponiendo nuestra salud y nuestras vidas a esa condición”, agrega Blanco. “Vivimos pensando en las enfermedades que tal vez desarrollaremos en el futuro, sobre todo, cuando estamos haciendo este trabajo de restauración”.

Dayana Blanco se refiere a Uru Uru Team, grupo actualmente conformado por 70 jóvenes y estudiantes —mayormente mujeres— con el que toman acciones desde 2019, cuando empezaron a manifestarse para que el gobierno boliviano frenase las actividades mineras ilegales y propusiera un plan de acción para remediar la contaminación por los plásticos. No hubo respuesta favorable en ese entonces y hasta la fecha.

En ese momento, los jóvenes empezaron a pensar en las posibilidades. Así elaboraron un plan que les permitiera restaurar por ellos mismos el Lago Uru Uru, basándose en la sabiduría tradicional transmitida por sus ancestros y en una técnica científica.

El uso de las totoras (Schoenoplectus californicus), plantas nativas de la región, ha sido la pieza clave.

“Nos preguntamos: ¿Será que funciona nuestra idea de aplicar el conocimiento ancestral que traemos de nuestros abuelos y ponemos, por ejemplo, las totoras?”, narra Blanco. “Son plantas que filtran el agua para el ganado, pero nunca habían sido probadas en la condición actual del lago. Finalmente dijimos, ¿por qué no probamos?”.

Las totoras de Uru Uru

El Lago Uru Uru y el Lago Poopó solían estar conectados. Juntos constituyen un extenso humedal de gran relevancia ecológica y han sido un refugio vital para múltiples especies de aves acuáticas, tanto residentes como migratorias. La zona fue tan relevante que incluso se llegaron a censar casi 200 000 flamencos a finales de los años 90.

Los totorales y otra vegetación acuática fueron un factor que influyó en la productividad de los lagos. Según Sitios Ramsar, en estos se desarrollan y crecen muchas especies ícticas y de la avifauna, proporcionándoles protección para nidos, desoves y crías.

“Las totoras, antiguamente, también servían de casa a nuestros ancestros, hacían balsas flotantes, la usaban como alimento; las totoras siempre estuvieron en el lago y nuestros ancestros aprendieron a vivir con ellas desde sus inicios”, narra SegundinaRojas, joven indígena quechua e integrante de Uru Uru Team.

Por todos estos motivos, para 2002, ambos lagos fueron declarados en conjunto como un humedal de importancia internacional. En la actualidad, mientras que el Uru Uru sobrevive a la contaminación, el Poopó está luchando por recuperarse de la sequía.

De acuerdo con Sitios Ramsar, la degradación de los recursos hídricos de esta zona es causada mayormente por la contaminación química producida por la minería y la industria metalúrgica. También reconoce que el agua presenta altas concentraciones de metales pesados, por encima de los límites permisibles para el consumo humano y que fueron detectados en peces. Además, confirman la contaminación orgánica y bacteriológica por las aguas residuales y desechos urbanos provenientes de la ciudad de Oruro y que desembocan en el Lago Uru Uru. Toda esta información fue recopilada por diversos estudios desde finales de la década de 1990.

“Las comunidades tenían una conexión con la naturaleza. Nuestras hermanas Urus decían que el Lago Uru Uru era como su madre, que les aportaba alimento porque vivían de la pesca que el lago les daba”, agrega Rojas. Cuando se fue secando el lago y la contaminación avanzó, Rojas recuerda que sufrían porque tenían que migrar del lugar a sectores aledaños y se convertían en empleadas de otras personas.

“Lloraban mucho, decían que el lago les daba todo y ahora no tenían nada”, lamenta Rojas. “Cuando te acostumbras a todo lo que el lago te da, y después ya no hay, te sientes muy abandonada, sola”.

Las balsas flotantes

“Era bien triste pasar y ver un flamenco muerto o una vaquita tomando agua sucia”, narra Dayana Blanco. “Recordamos las totoras, su capacidad de absorber contaminantes y lo que podían hacer por el lago. Empezamos a pensar en cómo trabajar con ellas y así diseñamos la primera balsa flotante, porque decíamos ¿dónde se van a sostener las plantas? Si las poníamos directamente en el lago, se iban a hundir”, agrega.

No muchas personas confiaban en el proyecto. Incluso recuerda que un comunero les dijo que su balsa no funcionaría, que no perdieran el tiempo. Pero el equipo insistió. Su primer prototipo era pequeño y delgado, construido con plástico que sacaron del lago. Sobre esa balsa pusieron el sustrato y algunas totoras.

El propósito era lograr un proceso de fitorremediación, explica Blanco, es decir, utilizar esta técnica basada en el uso a las plantas y los microorganismos asociados a ellas para descontaminar los suelos y el agua, gracias a la capacidad natural que tienen para absorber, degradar o estabilizar sustancias tóxicas, incluidos metales pesados y compuestos orgánicos.

“Son filtros naturales y nosotras dijimos, bueno, la dejaremos un mes, luego volvemos y vemos qué pasó”, narra Blanco. “Ya pasado el mes, recuerdo que justo estábamos volviendo al lugar cuando, a lo lejos, vimos que las totoras estaban reverdeciendo”.

Esa fue la clave: las totoras, en su estado durmiente, son de un color grisáceo. Que hubieran cambiado a verde significaba que habían conectado con el agua y que estaban vivas.

“Nos pusimos todas muy contentas y dijimos, ¿por qué no ponemos más? Todo eso fue una prueba para saber si podía sobrevivir en estas condiciones, pero después logramos hacer estudios de laboratorio con el apoyo de la embajada de Suecia en Bolivia, en donde vimos que sí resulta, que sí están trabajando”, celebró Blanco.

A partir de entonces, Uru Uru Team ha buscado aliados en todos los espacios posibles. Se han capacitado e, incluso, han ganado financiación y becas internacionales para impulsar su trabajo. En 2024, Dayana Blanco fue reconocida por Global Landscapes Forum como Guardiana de la Conservación (Restoration Steward), concebido para jóvenes restauradores de diversos ecosistemas, con lo que recibió financiamiento y capacitación para impulsar su proyecto en Bolivia.

Con este apoyo, sólo durante 2024, Uru Uru Team construyó 40 balsas hechas con botellas de plástico recicladas, en las que colocó cerca de 600 plantas totoras, organizó diálogos comunitarios, incrementó y protegió el tamaño de un huerto comunitario que crearon anteriormente para cultivar y vender vegetales que les permitieran sostener económicamente su iniciativa, entre otras acciones.

Ahora, en 2025, su organización logró un nuevo reconocimiento por Global Landscapes Forum: ser incluida como un Semillero GLFx, programa que busca incrementar las habilidades del equipo a través de cursos, mentorías y financiamiento, pero también con lo que podrán seguir conectando con personas y organizaciones en todo el mundo que les ayuden a lograr la restauración del Lago Uru Uru y su paisaje, incluyendo las comunidades aledañas.

“Esperamos que el Semillero GLFx Uru Uru siga involucrando a la comunidad en el manejo y cuidado del paisaje, además de ampliar su participación política para influir en procesos más amplios de conservación y cuidado de los ecosistemas”, comenta Isabel Mesquita, coordinadora de GLFx para América Latina y el Caribe.

Su objetivo es promover la colaboración entre semilleros en todo el mundo, sus gobiernos, organizaciones y otros actores a nivel regional para conectar y fortalecer sus trabajos.

“Nos interesa seguir el desarrollo de las actividades comunitarias como la pesca y la agricultura, además de construir junto con el Semillero GLFx Uru Uru la mejor manera de medir la conservación del agua, amenazada por la actividad minera”, agrega Mesquita.

Recuperar el lago

Todo lo que Uru Uru Team ha hecho —dice Dayana Blanco— es con el sueño de salvar el lugar donde todos han nacido. Pero el Lago Uru Uru es más que eso, no se trata solamente de la casa de la comunidad de Vito o del resto de comunidades que dependen de él, dice la joven, sino de la casa de todos los seres humanos.

Esa es la visión de los pueblos indígenas: todo está interconectado. Lo que está doliendo en un territorio —o en un lago—, puede estar doliendo en otra parte del mundo, afirma.

“El Lago Uru Uru nos dio todo lo que en algún momento disfrutamos: aguas cristalinas, animales, buenas vistas… cosas que ahora extrañamos y que son nuestra esperanza”, concluye Dayana Blanco. “Tal vez nunca vuelva a ser lo que era, pero al menos puede ser un poquito mejor para nuestros animales, para la gente y para nosotras”.

Fuente:

 
 

Febrero, 2025