En Bogotá, las comunidades tejen una historia de éxito en los humedales
“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar“
Humedales y Manglares
Hace aproximadamente 27 años, una comunidad en el límite noroccidental de Bogotá lanzó una campaña concertada para defender el humedal La Conejera.
Este esfuerzo propició la creación de un movimiento comunitario para defender un humedal en una ciudad donde el 98 % de estos ecosistemas han sido destruidos.
Bogotá-. La primera vez que el biólogo Luis Jorge Vargas visitó el humedal La Conejera en 1993 era un estudiante universitario que realizaba una investigación. Dijo que tanto él como sus compañeros de clase se quedaron sorprendidos cuando vieron, por primera vez, a guardias armados escoltando a camiones que desechaban residuos en el emplazamiento. Sin embargo, cuando vieron a los mismos guardias agrediendo a las mujeres que estaban defendiendo los humedales, la injusticia vívida del momento los golpeó aún más.
“Nosotros como estudiantes que éramos tuvimos que salir de esa casilla privilegiada del investigador que no se involucra en nada y nos las arreglamos para enfrentarnos a esos tipos”, recordó durante una entrevista con Mongabay.
Poco después, el barrio de Suba Compartir formó la Fundación Humedal La Conejera y el pequeño grupo de biólogos estableció una alianza formal con la Universidad Javeriana. Con el tiempo, la fundación logró salvar los humedales, acumuló premios y el reconocimiento internacional, y definió una estrategia de conservación urbana que dependería de la colaboración entre líderes comunitarios y académicos.
El auge en la urbanización de la ciudad de finales del siglo XX afectó a muchos de los humedales. Estos fueron despejados para dar cabida a proyectos de desarrollo, mientras que otros como Conejera fueron rellenados con escombros resultantes de las obras de construcción y aguas residuales. Para 1990, casi el 90 % de los humedales originales de la ciudad habían desaparecido. Y el lejano barrio de Suba Compartir, el cual bordea los límites noroccidentales de la capital de Colombia, Bogotá, parecía que estaba destinado a correr la misma suerte que muchos humedales urbanos, considerando los cientos de camiones volquete que llenaron la región con escombros de las obras de construcción, lo que redujo el área de 150 a 35 hectáreas.
Asumir un reto
Germán Galindo decidió desafiar a la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, la entidad encargada de gestionar el suministro de agua de la ciudad y los humedales. Galindo, quien en ese momento trabajaba en la producción de ganado sostenible, solía recorrer La Conejera en busca de ciertas plantas únicas para alimentar a los animales.
Por eso, cuando el humedal se vio amenazado, entendió de inmediato qué era lo que estaba en juego. Organizó un comité que asumió una estrategia de cuatro componentes: educar a la comunidad, buscar a los medios de comunicación, movilizar a los ciudadanos para bloquear los camiones volquete que se acercasen e iniciar procesos judiciales.
Galindo se aprovechó de una serie de mecanismos nuevos en la recientemente ratificada Constitución de 1991 que le permitió desafiar a varias entidades públicas en más de 50 acciones legales. Sus esfuerzos funcionaron: en el plazo de un año, el humedal estaba cercado parcialmente y habían comenzado los procesos de reforestación y creación de un inventario ambiental.
Para el año 2000, un tribunal dictaminó que la empresa retire el agua residual del humedal y la redirija a una planta de tratamiento.
“Usó todos los mecanismos legales hasta que la empresa acueducto tuvo que proteger este humedal y, lo que pasó en Bogotá, es único y no tiene precedentes”, dijo Ana Guzmán Ruiz, quien trabajó como investigadora y asesora de conservación en Bogotá entre finales de los 90 y principios de la década del 2000. “Como consecuencia, otras personas en otros humedales se dieron cuenta de que también ellos tenían la oportunidad y el derecho y la fuerza de voluntad para proteger estos humedales”.
Por entonces, Colombia no era parte de la Convención sobre los Humedales, Ramsar, un tratado internacional para la conservación y el uso sostenible de los humedales. No se unió hasta 1998, el último país de América del Sur en hacerlo.
“Los humedales no eran valorados en Colombia; no eran valorados por nadie”, dijo Galindo.
Un esfuerzo comunitario
La comunidad asumió la tarea de restaurar las aguas naturales del humedal y replantarlo con flora autóctona, incluido la creación de un vivero de 25 000 árboles de 90 especies, un trabajo impulsado con el apoyo de fondos gubernamentales e internacionales y asociaciones con universidades. Incluso vieron el regreso de muchas especies endémicas, incluida una flor que hacía solo un año había sido declarada extinta.
Dolly Palacio, una profesora que estudia la gestión del agua en la Universidad Externado de Colombia, dice que el movimiento de La Conejera coincidió con un mayor reconocimiento por parte de la comunidad científica de la importancia ecológica de los humedales, así como un movimiento ambiental más amplio que defendía a Bogotá de los proyectos de expansión urbanística.
“La Conejera realmente fue un caso destacado de defensa y restauración ecológica por parte de los ciudadanos de Bogotá”, dijo Palacio a Mongabay en una entrevista. “Incluso ganaron muchos premios y dieron un ejemplo muy importante a todos estos grupos que están defendiendo los humedales en Bogotá”.
De la Fundación del Humedal La Conejera nació la Fundación Humedales de la Sabana de Bogotá, la cual unió a todos los grupos comunitarios de defensa que se habían formado por la ciudad. Esta red jugó una parte muy importante en el diseño de la política de humedales de 2007 de Bogotá, formada a través de un proceso participativo que trazó un plan para la restauración de los humedales.
Una nueva generación de líderes de la conservación
El movimiento también ayudó a fomentar una generación de conservacionistas, muchos de los cuales acabarían trabajando con otros humedales, o influirían la política ambiental como funcionarios públicos o electos. Más adelante Galindo fue nombrado director de la empresa acueducto.
Vargas, ahora biólogo de la Universidad Javeriana en Bogotá, ha estado trabajando con los humedales durante casi 30 años. Después de trabajar como asesor para la Fundación Humedal la Conejera durante nueve años, fue a trabajar en el humedal de Córdoba, otra destacada exitosa historia, que limita con el cercano barrio de Niza.
En 1998, el humedal de Córdoba se encontraba en peligro debido a que se planeaba construir un parque urbano. Estos planes, sin embargo, fueron frustrados gracias a una campaña legal que duró años. Ahora es aclamado como uno de los humedales mejor preservados de la ciudad, con el apoyo constante y ferviente de la comunidad.
Byron Calvachi, uno de los estudiantes originales de biología que trabajó en La Conejera, acabó trabajando en la administración pública durante 10 años, aportó sus conocimientos del trabajo de conservación para desarrollar más programas de restauración por toda la ciudad. En la actualidad trabaja en un proyecto financiado por las Naciones Unidas para conservar tres humedades en Kennedy, una región de Bogotá densamente poblada y de clase obrera.
Guzmán, que ahora trabaja en políticas de agua en Australia, dice que lo que destaca de los humedales más distinguidos son sus líderes.
“Tanto en el caso de Córdoba como de Conejera, los líderes son gente que han estudiado o que tienen los conocimientos necesarios para poder luchar contra el negocio, contra el gobierno y contra la empresa acueducto”, dijo Guzmán. “Son personas que han estudiado, que se han preparado a sí mismas, y que tienen los mecanismos para exigir que el gobierno cumpla su función de conservación”.
Capacidades de conservación de la comunidad variadas
Sin embargo, hoy en día, Calvachi reconoce que las comunidades más pobres de Bogotá, donde se encuentran muchos de los humedales de la ciudad, se enfrentan a retos más graves, donde los residentes que luchan por sobrevivir no pueden dedicar la misma energía a la conservación de los humedales.
Dora Villalobos, una conservacionista en el humedal La Vaca en Kennedy, la cual ha visto el desplazamiento forzado de los barrios informales y la privación de los servicios públicos, llama a La Conejera una “escuela” para ella, pero reconoce que su comunidad se enfrenta a luchas distintas, de aquellas con más residentes de clase media.
“Los barrios de los humedales en el sur están integrados dentro de barrios de clase obrera”, dijo Villalobos en una entrevista. “Córdoba tiene semejante belleza armoniosa porque tiene los tres sectores, pero en sus alrededores también tiene muchos edificios residenciales con gente que en realidad no tira su basura fuera como hacen aquellos que viven día a día”.
La participación comunitaria también es más difícil en los humedales que se hallan rodeados de áreas industriales en vez de áreas residenciales, dice Darwin Ortega, ingeniero ambiental y uno de los defensores de Córdoba. Ortega se convirtió en el director de Ecoparque Sabana, un proyecto de conservación al norte de Bogotá.
“En este proceso hemos conseguido que algunas empresas vean la necesidad de conservar, pero incluso así, el proceso es incipiente y es un reto que aún tenemos que superar”, dijo Ortega a Mongabay.
Calvachi dice que cuando estaba en una conferencia sobre humedales en Panamá en 2007, uno de los asistentes comentó con asombro que las comunidades habían sido capaces de conseguir que el gobierno invirtiera fondos públicos en trabajos de restauración.
“Porque realmente no es que nuestro estado ya estuviese interesado. El gobierno nunca estuvo interesado en nosotros por iniciativa propia, todo lo contrario”, dijo. “En cambio fue debido a las denuncias públicas, las acciones legales contra ellos fue el motivo por el que invirtieron —como dijeron, lo forzaron a través de las leyes, las regulaciones, la gestión y la movilización”.
Comunidades como Conejera y Córdoba también han prosperado gracias a sus alianzas con instituciones educativas, como universidades que aportaron pruebas técnicas y científicas para aportar a sus estrategias legales y desarrollar las obras de restauración.
Amenazas persistentes
El movimiento de los humedales ha visto beneficios enormes en la restauración ecológica y el apoyo político, aun así, los humedales del país siguen estando amenazados.
Hoy en día, 15 de los humedales de la ciudad están designados como parques ecológicos del distrito, los cuales están gestionados por la autoridad medioambiental de la ciudad. Ocupan unas 727 hectáreas, albergan decenas de especies endémicas, que incluyen 202 especies de aves. Los parques sirven como explosiones de verde urbano oculto dentro de una ciudad congestionada y urbanizada que carece en gran medida de espacios públicos. Han logrado grandes victorias legales en un país criticado por tener leyes progresistas que casi nunca se cumplen.
Aun así, según la Fundación Humedales de Bogotá, solo queda 1,45 % de los humedales originales de la ciudad. En junio de este año, una ley de 2017 que daba luz verde a ciertos trabajos en humedales fue derrocada, sin embargo Calvachi dice que el apoyo del gobierno hacia los ecosistemas es “puntual”. Ni los defensores más fervientes pueden cambiar el agua contaminada que corre por los arroyos de los humedales y las leyes no han detenido la construcción de senderos que no están aprobados por parte de la empresa acueducto por todo Córdoba. Sin embargo, Guzmán dice que después de haber trabajado en la conservación en Europa y Australia, sigue asombrada por los esfuerzos de las comunidades de Bogotá por consolidar sus medidas de conservación.
“Es algo muy importante y debe de ser apreciado y entendido por otros países”, dice. “Y otras partes del mundo pueden aprender de estos procesos”.
Fuente:
Genevieve Glatsky
Traducción:
Yolanda Álvarez
Octubre, 2020