Cuatro ecoinnovaciones de América Latina
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
Sustentabilidad
Cubiertos y pajitas elaborados con semillas de aguacate, viviendas inteligentes y sostenibles que pueden costar US$ 50 mil e instalarse en 15 días, turbinas que atrapan al día hasta 80 toneladas de plástico en los ríos son algunos ejemplos de la ecoinnovación que se realiza en México, Ecuador, Uruguay y Chile.
Desde la lucha contra la contaminación plástica hasta la búsqueda de estilos de vida más sostenibles, los jóvenes de América Latina vienen con ideas audaces e innovadoras que podrían transformar la forma en que vivimos y allanar el camino hacia un planeta más saludable.
Un tesoro dentro de los aguacates
Scott Munguía produce bioplásticos a partir de semillas de aguacate. Este ingeniero químico mexicano descubrió en 2011 que la semilla de este fruto contiene un biopolímero similar al presente en el maíz, que se utiliza para producir estos insumos. Por eso, en 2014, fundó Biofase, una empresa con sede en Monterrey que comercializa bioplásticos, hechos de biopolímero de aguacate al 60% y compuestos orgánicos sintéticos al 40%.
Las pajitas (popotes) y los cubiertos se descomponen en solo 240 días y no hay necesidad de incineración. Esto los convierte en una alternativa económica y ecológica para ciudades o países que han optado por no incinerar.
Los productos de esta empresa tienen un gran potencial de fabricación. Según Munguía, 300.000 toneladas de semillas de aguacate se descartan anualmente en México, lo cual representa un 20% de la demanda mundial de bioplásticos. Hasta el momento, la compañía llega a 11 países de América Latina.
A diferencia de otros tipos de bioplásticos, estos productos no utilizan cultivos adecuados para el consumo humano, como el maíz o la yuca. Junto con otros plásticos hechos a partir de residuos de alimentos, los biopásticos de Biofase podrían ayudar a satisfacer la creciente demanda de plásticos sin obstaculizar el progreso en la lucha contra el hambre.
Turbinas para limpiar océanos y ríos
La contaminación plástica es uno de los desafíos ambientales más apremiantes de nuestro tiempo: daña la biodiversidad marina, las economías costeras e incluso la salud humana. Cada año, alrededor de 13 millones de toneladas de residuos plásticos terminan en los océanos, lo que equivale a un camión de basura por minuto. La mayor parte de toda esta basura se vierte en los ríos de las principales ciudades.
Inty Grønneberg, un inventor ecuatoriano, tuvo la idea de desarrollar varios tipos de turbinas capaces de filtrar y recolectar plásticos de cuerpos de agua, evitando así que terminen en los océanos.
A través de su compañía llamada Ichtion, las turbinas pueden recolectar hasta 80 toneladas de plástico de los ríos todos los días y se pueden instalar en cualquier barco y recoger residuos durante la navegación.
“Con suerte, no será necesario desarrollar nuevas infraestructuras específicas [donde instalar las turbinas]. Más bien, queremos aprovechar el máximo número posible de embarcaciones existentes”, explica Grønneberg.
En noviembre de 2018, este joven fue reconocido como uno de los Innovators Under 35 Latin Americ de MIT Technology Review , y este año fue honrado con una de las distinciones más altas otorgadas por el gobierno de Ecuador. Espera que estos premios lo ayuden a difundir su innovación y a recaudar los US$ 2 millones necesarios para implementar la tecnología en su país de origen.
Bolsas solubles en agua
Un millón de bolsas de plástico se consumen cada minuto en todo el mundo. La mayoría de ellos terminan en vertederos o en los océanos. La bolsa de compras de polietileno de una pieza, creada en la década de 1960, tarda 500 años en descomponerse.
Entonces, cuando Roberto Astete y Cristian Olivares, fundadores de la empresa chilena Solubag, presentaron una bolsa de plástico que se disuelve en agua en solo unos minutos, alzaron muchas cejas. ¿Es incluso posible?
“La bolsa se disuelve completamente en el agua, sin daño. Incluso se puede beber el agua, ya que no tiene productos químicos”, sostiene Cristian Olivares, gerente comercial de la compañía.
¿El secreto? Según Olivares, Solubags utiliza piedra caliza en lugar de derivados del petróleo. Es por eso que tienen un impacto ambiental nulo en comparación con otras alternativas como las bolsas oxo-biodegradables, que todavía están hechas de polietileno y se rompen en pequeños pedazos de plástico tóxico.
La fórmula química de este producto incluye alcohol polivinílico (PVA), un material encontrado por Astete y Olivares al analizar las cápsulas de detergentes biodegradables.
Se espera que esta innovación sea ampliamente aceptada en Chile, donde entró en vigencia la prohibición de bolsas de plástico en grandes empresas en febrero de 2019. Actualmente, Solubag produce en China y está considerando instalar una fábrica en Tomé, Chile. “Para llegar al mundo, primero necesitamos tener una planta en Sudamérica”, señala Astete.
Un hogar para un estilo de vida sostenible
Nuestro consumo de energía depende directamente de las condiciones de ventilación, temperatura y luz en nuestros hogares. Si la casa es muy cálida, probablemente usaremos aire acondicionado. Y si tiene pocas ventanas, dependeremos más de la iluminación artificial.
En los próximos años, el sector de la construcción debe adoptar estas variables para aumentar la eficiencia energética y acelerar la acción climática. Actualmente, el sector de los edificios representa un importante 39% de las emisiones totales de CO2 relacionadas con la energía, según el Informe de estado global de 2018.
Con este desafío en mente, un grupo de estudiantes, graduados y profesores de la Universidad ORT de Uruguay crearon La Casa Uruguaya, un proyecto de vivienda sostenible e inteligente inspirado en la arquitectura bioclimática y equipado con tecnología que puede reducir el consumo de energía al tiempo que ofrece un estilo de vida ecológico y accesible.
La unidad de vivienda consiste en una casa dentro de una caja, según la Universidad ORT de Uruguay. El aislamiento evita que entre el calor y el frío. Tiene dos techos, uno encima del otro, y, entre los dos, las partes móviles que se pueden abrir o cerrar de forma remota para regular la temperatura interior. Las ventanas están ubicadas estratégicamente para mejorar la iluminación.
La casa se autoalimenta con energía solar, notifica a los habitantes el mal uso de la energía, tiene un sistema de reutilización del agua y sensores que ayudan a regular la temperatura, la humedad o la iluminación. La unidad se puede instalar en solo 15 días y cuesta entre US $50.000 y US $90.000.
La Casa Uruguaya ganó importantes premios en el Decatlón Solar de América Latina y el Caribeen 2015, una competencia académica internacional organizada por el Departamento de Energía de los Estados Unidos. En 2016, el proyecto recibió un Premio Nacional de Eficiencia Energética en Uruguay. Actualmente, los miembros del equipo comercializan el proyecto en su país y en la región.
Fuente:
Marzo, 2019