Agua del Ártico, a 94 euros la botella

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

El agua

9 MAR 2017

Agua del Ártico, a 94 euros la botella

Los expertos alertan de los riesgos medioambientales que causan las empresas que derriten trozos de icebergs para vender “agua de lujo”

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La industria del agua se ha adentrado en el mercado del lujo y ya mira hacia los glaciares del planeta. La empresa Svalbardi ha empezado a vender este año agua sacada de icebergs del archipiélago de Svalbard (que pertenece a Noruega), en el Ártico, por aproximadamente 94 euros la botella de 750 mililitros.

Aunque el agua es un derecho humano, puede tener precio. De hecho, la exrrelatora de Naciones Unidas sobre el Derecho al Agua Potable y al Saneamiento, Catarina Albuquerque,

sostiene que no tiene por qué ser gratis

. Pero, ¿cuánto es razonable pagar por ella? ¿Es ético vender agua de un glaciar? Aunque estos icebergs estén en el territorio nacional de algún país, existe el debate de si, en realidad, deberían considerarse patrimonio de la humanidad.

El Gobierno de Tíbet aprobó, en 2015, licencias para que docenas de compañías chinas explotaran los glaciares del Himalaya para obtener agua embotellada

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. Diez importantes ríos que fluyen hacia el sur de Asia dependen de la meseta Qinghai-Tibet (donde está la montaña) e interrumpir su fuente podría tener "impactos devastadores" para la seguridad del agua en toda la región, según explica

Lio Hongquiao, analista del programa China Water Risk

Jamal Qureshi, dueño de Svalbardi, es un bróker de Wall Street que tuvo la idea de entrar el negocio del agua de lujo después de visitar el archipiélago en 2013 y volver con agua derretida de un iceberg para su mujer. El producto se vende, en exclusiva, en los almacenes de lujo Harrods, en Londres, y a través de su página web. Svalbardi usa una grúa y una red para sacar 30 toneladas de hielo al año, que serán transportados en un barco para ser derretido. La compañía pretende vender entre 25.000 y 35.000 botellas de agua glaciar con “el sabor de la nieve en el aire” cada año. ¿Y cuál es el coste ambiental del emprendimiento? “Tenemos el certificado de empresa libre de carbono. Además, solo utilizamos icebergs que ya están flotando en el mar y que, por lo tanto, no podrían ser usados por los osos polares u otros animales”, cuenta Qureshi a EL PAÍS en una conversación telefónica.  

El glaciólogo Francisco Navarro, quien ha investigado los glaciares de Svalbard y forma parte de la Red de Glaciología del Ártico, explica que la cantidad de hielo sacada por la empresa es “insignificante comparada con el volumen liberado anualmente por glaciares del archipiélago” y que no plantea problemas en el ecosistema local. “El problema es la contaminación generada por los barcos que realizan la actividad”, dice.

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Para Peter Gleick, presidente del Instituto del Pacífico, toda la cadena de producción pone en duda la supuesta sostenibilidad de la actividad a largo plazo: la energía necesaria para recoger el hielo, transportarlo, producir las botellas de plástico o de vidrio, distribuir el producto a las tiendas y los residuos producidos al final. Este experto sostiene que, aunque en pequeña escala, la actividad puede acelerar el proceso de deshielo en el Ártico, al aumentar la emisión de gases de efecto invernadero. “Ese el coste más significativo del agua embotellada”, escribe en un correo electrónico. 

Se estima que son necesarios tres litros de agua para producir una botella de un litro, según los datos de The Water Project, y, además de plástico, se utilizan enormes cantidades de combustibles fósiles para fabricar las botellas y transportarlas alrededor del mundo (en Estados Unidos, por ejemplo, se producen 1,5 millones de barriles de petróleo por año para satisfacer la demanda de esa industria). Gleick asegura en el estudio The World Water 2004-05 del Instituto Pacífico —referencia para asuntos de agua en el planeta—que muchas plantas embotelladoras “están peor vigiladas que las canalizaciones públicas”. 

“Todo agua embotellada es insostenible”, afirma Julio Barea, responsable de la campaña de Aguas de Greenpeace España. La principal consecuencia de la actividad económica en un ecosistema que ya sufre los principales efectos del cambio climático —el Ártico ha registrado en 2017 el enero con menos hielo en 38 años— es que aumenta la huella de carbono en el planeta, según este ecologista. Barea destaca también que "no es ético vender una botella de agua por un precio tan elevado" cuando 663 millones de personas viven sin agua potable en el mundo. Un portavoz de WWF y otro del Instituto para la Educación sobre el Agua, de la Unesco, han rehusado contestar las preguntas de este periódico "para evitar la publicidad de este tipo agua", pero han coincidido en la misma postura: “Los icebergs no necesitan más interferencia humana”. 

Al margen de los problemas medioambientales, los expertos señalan que el hielo glaciar no aporta nada a la calidad del agua, aunque Qureshi insiste en las ventajas del bajo nivel de mineralización. “No es comparable en calidad con las aguas de manantiales naturales o de aguas subterráneas no contaminadas. En resumen, sacarán dinero de incautos, vendiéndolo como lo que no es”, opina Navarro.

Fuente:

JOANA OLIVEIRA

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8 ENE 2017

Carrera de tortugas por los recursos energéticos del Ártico

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El bajo precio del petróleo resta atractivo a explotar la región por parte de las empresas

Quedan pocos lugares en el planeta con tanto potencial energético como el Ártico. Las estimaciones hablan de reservas de petróleo y gas descomunales, sepultadas bajo el hielo. Mientras, gracias al cambio climático y a medida que el deshielo avanza los depósitos de hidrocarburos se vuelven cada vez más accesibles para el hombre y sus máquinas. Este escenario ha dado pie a infinidad de titulares que hablan de una supuesta carrera desenfrenada por hacerse con los recursos que protagonizarían los países árticos: Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, EE UU, Canadá, Dinamarca (Groenlandia) e Islandia. Sobre el terreno, la realidad es otra.

 La economía y no la política es la culpable de que para las compañías energéticas no resulte tan atractivo aventurarse con el Ártico. “Mientras el precio del petróleo siga tan bajo como ahora, a las empresas no les compensará perforar. La tecnología existe, pero resulta muy caro, se asumen muchos riesgos ambientales y las condiciones de trabajo son muy duras”, explica por teléfono desde Hawai David Titley, director del

Centro de Soluciones para el Riesgo Climático de la Universidad Estatal de Pensilvania

. Un vertido en esta zona del planeta resultaría además casi imposible de controlar.

Para este militar retirado, la clave radica en que Estados Unidos tiene grandes reservas energéticas, principalmente gas, en el resto de su territorio que se puede extraer con más facilidad y a un precio mucho menor. En 2015, apenas el 0,1% de la producción de crudo en alta mar salió del Ártico. Ni siquiera el avance del deshielo, piensa Titley, dará la vuelta a la ecuación, al menos en los próximos años. Porque “el hielo seguirá estando allí. Aquello no va a ser agua abierta de un día para otro y va a seguir siendo un lugar muy duro para trabajar. Eso no va a cambiar en los próximos 15 años”.

Por eso, el anuncio estas Navidades del presidente Barack Obama de que las compañías gasísticas y petroleras no podrán explotar 115 millones de acres del Ártico estadounidense tendrá, al menos de momento, un impacto relativo. Las petroleras y la población local protestan y dicen que Obama ha sucumbido a la agenda de los ambientalistas. Se especula mucho además con la posibilidad de que Donald Trump revierta la decisión cuando llegue a la Casa Blanca. Lo cierto en cualquier caso, es que el presidente Obama apenas ha parado nada porque los proyectos en marcha son insignificantes. Algo parecido sucede con los canadienses.El Ártico le sirve a Moscú para demostrar a sus votantes que es una verdadera potencia

Rusia sin embargo, sí tiene una agenda política, económica y militar potente en el Ártico. “En Rusia es donde se espera que haya mayor expansión”, detalla Philip Steinberg, profesor de Geografía Política de la Universidad de Durham y autor de Contesting the Arctic: Politics and Imaginaries in the Circumpolar North. “Para las fuerzas políticas rusas, el ártico forma parte de la identidad nacional y de la agenda política”.

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Explican los analistas que el Ártico le sirve a Moscú para demostrar a sus votantes que es una verdadera potencia. Kathrin Keil, investigadora del Instituto del Ártico, añade que la economía rusa es muy dependiente del gas y del petróleo y que al financiar el Estado las operaciones, la rentabilidad y el bajo precio del petróleo deja de ser el único factor. Las sanciones occidentales por el conflicto de Ucrania han torpedeado, sin embargo, parte de las ambiciones rusas en la región.

La geografía también ayuda a los inversores rusos y también a los noruegos. Las corrientes cálidas hacen que haya grandes superficies que no están cubiertas de hielo y, por lo tanto, es más sencilla y menos costosa la extracción que en Canadá o en Estados Unidos. Cuentan, además, con mejores infraestructuras —carreteras, puertos…— que en América del Norte. Es más fácil, pero aún no tanto como para poder competir con el fracking o el petróleo de Arabia Saudí. Noruega, además, prohíbe la extracción en buena parte de su territorio para proteger las pesquerías de la zona.

Por último, está China, que hace tiempo que puso la vista y toneladas de efectivo en la región ártica. Su interés se centra sobre todo en el transporte, que de momento sigue siendo caro, estacional y peligroso. Invierte también en investigación y en la extracción de recursos mineros. Trabaja con Rusia para compartir parte de su botín energético. “Los chinos están muy presentes. Aportan mucho dinero, pero no tienen la tecnología”, detalla Keil. 

Fuente:

ANA CARBAJOSA

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20 MAY 2014 

La industria minera y de petróleo y gas operarán de forma rutinaria en la zona, anticipa un experto

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El hielo del Ártico, en verano de 2012, alcanzó un mínimo histórico, equivalente al nivel de superficie helada marina que los climatólogos, con sus modelos de proyección, no esperaban hasta 2080, resalta Carlos Duarte, investigador del IMEDEA. Ese mismo año, el área de Groenlandia afectada por el deshielo de la superficie de los glaciares se extendió desde el 40%-50% habitual hasta el 95%. Y si esa gran isla perdiera todo su hielo, el nivel del mar global subiría hasta siete metros, en los próximos 300 años. “En 2010 cruzaron el Ártico, por primera vez, buques mercantes y de turistas, en 2014 ya lo han hecho más de 300 buques. La ruta de transporte del Ártico se ha abierto”, añade este oceanógrafo.

Los efectos en la región son profundos y extensos, pero sus consecuencias alcanzan a todo el planeta y al mismo proceso de calentamiento global. “Este año se ha calculado que el cambio de albedo [la radiación solar que refleja, que es mayor si la superficie es blanca que si es oscura por el terreno y absorbe más radiación] asociada a la pérdida de hielo marino es responsable de un 25% del calentamiento a escala global, constatado durante los últimos 30 años”, continúa Duarte.

A mediados de siglo, el Ártico habrá sufrido una profunda transformación. “Las industrias mineras y de petróleo y gas operarán de forma rutinaria en la región y de allí procederá cerca de un 25% de los recursos globales de estas materias primas. Habrá aumentado notablemente la población en el Ártico, con impactos severos sobre la población y la cultura inuit/groenlandesa, que se encontrará al borde de la extinción”, señala este experto y aventura, tristemente, que tanta actividad habrá provocado accidentes contaminantes graves en esa zona especialmente sensible, de lenta y difícil recuperación. El histórico accidente del petrolero Exxon Valdez fue un ejemplo del problema. Por si fuera poco, Duarte vaticina un incremento de las tensiones entre los países de la región, teniendo en cuenta que ya se están ampliando sus Zonas Económicas Exclusivas “que acaparan más del 90% del océano Ártico”.

Fuente:

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El AguaComentario