Los jardines colgantes de Babilonia pudieron llegar a consumir más de 30.000 litros de agua al día
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
El Agua
En la antigua Grecia, concretamente durante el periodo helenístico (entre el 323 i el 31 a.C.), se configuró una lista de las consideradas como siete maravillas del mundo antiguo, grandes edificaciones de inmensa belleza y complejidad arquitectónica que se recomendaba visitar en algún momento de tu vida. Estas maravillas, designadas por algunos autores griegos como Antipatro de Sidón y Filón de Bizancio, fueron la pirámide de Keops (o Khufu) en Giza (el Cairo), el Templo de Artemisa en Éfeso, la Estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría y los Jardines Colgantes de Babilonia.
Precisamente esta última, que fue presuntamente construida entre el 605 y el 565 a.C., bajo el mandato de Nabuconodosor el Grande (según el historiador Tito Flavio Josefo), es la que presenta más dudas acerca de su existencia real. A pesar de que hay varias fuentes escritas que mencionan de manera explícita la presencia de estos jardines colgantes, no se han encontrado evidencias arqueológicas que demuestren su vida en la ciudad de Babilonia.
Los trabajos arqueológicos tampoco tuvieron éxito. El arquitecto y arqueólogo alemán Robert Koldewey fue uno de los primeros en probar suerte entre 1898 y 1917 pero a pesar de dedicar todo su empeño y guiándose de fuentes clásicas como el antes mencionado Tito Flavio Josefo, no tuvo éxito en la búsqueda, así como los diversos arqueólogos que siguieron sus pasos.
Distribución geográfica de las siete maravillas del mundo antiguo. Sólo se conserva en la actualidad la pirámide de Keops
Consumo de más de 30.000 litros diarios
Mesopotamia (cuya traducción sería “entre dos ríos”) fue la cuna de dos grandes civilizaciones como Babilonia y Asiria, alimentadas por dos grandes ríos: el Tigris (1.900 km) y el Éufrates (2.289 km). Hace tres mil años, estos cursos fluviales, que transcurren por una zona árida, eran indispensables para el desarrollo, crecimiento y necesidades de la población que vivía en esta zona.
Distribución de los imperios de Babilonia y Asiria en el 1.450 a.C, a lo largo de las cuencas del Tigris y Éufrates. Fuente: Wikipedia
Históricamente se ha asegurado que, en Babilonia, la capital del imperio, existían unos grandes y majestuosos jardines colgantes, que como he comentado al principio de este post, eran considerados como una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Si tenemos que guiarnos por algunas fuentes clásicas, la existencia estaría claramente demostrada. Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.), a pesar de haber vivido varios siglos después de la construcción del jardín, describió el tamaño de este espacio, que tendría unos 400 pies de ancho y 400 pies de largo. Estrabón (siglo I d.C.), por su parte, llegó a identificar la ubicación del jardín en el oeste del palacio principal de Babilonia, donde también se levantó un muro para proteger el edificio de posibles crecidas del río.
Incluso hay investigadores que han llegado a describir cuál podría haber sido el método para regar los jardines, que hubiera sido mediante el tornillo de Arquímedes, un sistema que permite impulsar el agua a través de un tubo en forma de espiral y que utilizaron tanto griegos como romanos.
Ninguna de las fuentes clásicas, sin embargo, llegó a cuantificar el consumo de agua para garantizar la supervivencia de las plantas del jardín colgante, aunque hay fuentes más actuales que cifrarían el consumo diario de agua en más de 30.000 litros (o 8.200 galones), basándose en el tamaño apuntado por Diodoro de Sicilia y conjeturando que el jardín colgante podría estar estructurado en varios pisos.
Existieron, pero en otro lugar no muy lejano...
La doctora Stephanie Dalley es una gran experta las culturas antiguas del Oriente Próximo y gran conocedora de la escritura cuneiforme.
En su libro The mistery of the Hanging Garden of Babylon (2013), relata que en una ponencia en Oxford sobre jardines del mundo antiguo y en la cual no mencionó al jardín colgante de Babilonia, una asistente le recriminó haber omitido el análisis de esta maravilla del mundo antiguo. A pesar de argumentar que no existen claras evidencias arqueológicas y textuales, la mujer parece que no la creyó. Esto llevó a Stephanie Dalley a iniciar una exhaustiva investigación a través de las fuentes clásicas y el análisis de varios restos arqueológicos como un prisma de barro descubierto en Nínive datado del 689 a.C. que se puede ver en el Oriental Institute Museum de Chicago, o un bajo relieve de la ciudad de Nínive que se puede contemplar en el British Museum de Londres.
Prisma de Sennacherib (izquierda) y bajo relieve de Nínive, las dos fuentes que han aportado luz a la existencia real
de los jardines. Fuentes: Esteban López y Wikipedia
Sus investigaciones han supuesto un importante avance en la materia, arrojando una pequeña esperanza sobre la existencia real de los jardines. Según Dalley, hasta la fecha se ha buscado e investigado en el lugar equivocado y el jardín colgante no estaría en Babilonia sino en Nínive (cerca de la actual ciudad iraquí de Mosul), una ciudad que estaba ubicada a unos 560 kilómetros de Babilonia.
La posible confusión sería por un motivo lingüístico: Nínive, también se la denominó "Nueva Babilonia" durante el reinado de Sennacherib. Esto puede haber llevado precisamente a los investigadores a confundir Babilonia con Nínive.
En los restos arqueológicos analizados por Dalley –concretamente en el prisma de Sennacherib que se puede ver en Chicago- también se ha descubierto que Sennacherib fue el responsable de la construcción de este espacio, Se desmentiría así la versión considerada hasta el momento válida de que fue Nabuconodosor el Grande, que gobernó un siglo más tarde, el responsable de la edificación del espacio verde. En el texto de este prisma se hablaría de un jardín cerca del palacio de Nínive denominado como una “maravilla para todas las personas”.
Sobre las necesidades hídricas del jardín, Dalley podría haber encontrado la existencia de canalizaciones de más de 80 kilómetros de longitud y al sistema del tornillo de Arquímedes para poder impulsar el agua.
Aún queda mucho por investigar, pero parece que uno de los grandes misterios de la arqueología empieza a ver la luz.
Nota: Agradecer a los profesores César Sierra Martín y Jordi Vidal Palomino sus consejos sobre el tema.
FUENTE:
12 FEBRERO 2018