Río Magdalena: el paraíso en donde se multiplicaron los cuatro hipopótamos de Pablo Escobar en Colombia
“Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar”
Biodiversidad
Colombia es el único país fuera de África en donde es posible encontrar una población de poco más de un centenar de hipopótamos que vive en estado silvestre.
Estos animales, herencia del narcotráfico, fueron declarados recientemente como una especie invasora, luego de que durante 40 años el Estado dejó que se reprodujeran sin ningún control.
El país ahora tiene enfrente el reto de tener una estrategia efectiva para evitar que siga creciendo la población de un gigante que llega a pesar hasta tres toneladas y que amenaza el futuro de pescadores y la existencia de especies endémicas.
Cuando se piensa en hipopótamos lo primero que se viene a la mente es África. Extensas sábanas y ríos inmensos que albergan a mamíferos gigantes de hasta tres toneladas que pasean tranquilos en pequeños grupos. Su presencia es más común en los lagos del África subsahariana; y en zonas del África austral. Pero en el mundo hay un país fuera de ese continente donde también viven de manera salvaje poblaciones de hipopótamos: Colombia.
En 1981, el narcotraficante Pablo Escobar quiso hacer su propio zoológico privado. En su inmensa finca conocida como Hacienda Nápoles y de casi 2 000 hectáreas (más grande que ciudades como Ginebra, Suiza), el entonces capo de la droga y quien era también uno de los hombres más ricos del mundo por su negocio ilícito, importó sin ningún problema más de 1200 exóticos animales de todos los continentes.
Las escenas que se miraron entonces fueron como sacadas de un cuento de realismo mágico: grandes especies llegaban en barcos por el Pacífico y en aviones que aterrizaban en el aeropuerto privado de la hacienda de Escobar; campesinos inexpertos que solo habían visto esos animales en películas sacaban con cuerdas, o como podían, a rinocerontes, elefantes, cebras, jirafas, delfines rosados y a cuatro hipopótamos, tres hembras y un macho.
Cuando Escobar murió, muchos de estos animales quedaron libres en su finca y en los alrededores, una región colombiana conocida como el Magdalena Medio, en donde confluyen cinco departamentos y uno de los ríos más grandes e importantes del país: el río Magdalena. El tiempo pasó y varios de los ejemplares murieron, otros fueron capturados y entregados a zoológicos; algunos más se mantuvieron dentro de la Hacienda que luego se transformó en el Parque Temático Hacienda Nápoles.
Con los hipopótamos, las cosas fueron diferentes. Durante las últimas cuatro décadas varios de ellos anduvieron libres en un ecosistema que biólogos y expertos describen como un paraíso para esta especie. Hoy, según el estudio más reciente —realizado por el Instituto Alexander Von Humboldt y la Universidad Nacional, en convenio con el Ministerio de Ambiente—, en Colombia hay 133 hipopótamos viviendo en libertad, en una extensión de al menos 2000 kilómetros cuadrados y otros 35 que aún se mantienen en zonas cercanas a lo que fue la Hacienda Nápoles. Al ritmo de crecimiento actual, en 10 años podrían ser más de 400. En el año 2050 podrían ser miles.
Una especie que encontró un edén en Colombia
La cuenca media del río Magdalena es una inmensa región de bosque interandino en donde un hipopótamo puede encontrar todo lo que necesita: ríos para bañarse, nadar y pasar el día (pueden estar hasta 20 horas en el agua); pastizales extensos para consumir los 35 kilos de hierba que requieren al día; inmensas extensiones de tierra que requieren, al ser una especie territorial, para moverse y colonizar. Además, no tienen la amenaza de algún depredador: el jaguar y el caimán aguja no han demostrado interés en cazar a crías o a hipopótamos jóvenes, como sí lo hacen sus familiares en África. Y, por si fuera poco, en esta región de Colombia, estos grandes mamíferos disfrutan del agua todo el año, aún en los peores escenarios de sequía.
En África, las sequías son uno de los factores naturales que impiden el crecimiento desbordado de las poblaciones de hipopótamos. En Colombia, una investigación mostró que aún en los más graves momentos de escasez de agua, la extensa región del Magdalena medio sigue siendo un edén en donde los hipopótamos pueden incrementar su población sin problemas. Esta región es “un paraíso para ellos”, asegura Germán Jiménez, doctor en Ciencias Biológicas, profesor de la Pontificia Universidad Javeriana y uno de los investigadores que participó en el estudio que mostró que en el río Magdalena aún el clima más difícil sigue siendo, por lejos, mucho mejor que cualquier escenario en África.
“En la medida en la que tienen agua, comida y buen clima disponibles todo el tiempo, se pueden reproducir más fácil porque tienen energía para hacerlo. En África no les ocurre eso porque los ecosistemas donde están tienen unos pulsos estacionales muy fuertes donde todo el mundo tiene que migrar y ahí están sometidos a que a las crías puedan morir por los depredadores, les puedan dar enfermedades y los pueda matar el clima. Como eso no ocurre aquí, porque los ambientes son más estables, pueden acumular energía y reproducirse”, enfatiza Jiménez.
De acuerdo con la investigación en la que trabajó el experto, titulada Un hipopótamo en la habitación: Predicción de la persistencia y dispersión de un megavertebrado invasor en Colombia, el cambio climático en la cuenca del Magdalena no afectará a los hipopótamos, todo lo contrario: podría beneficiar su movilidad y facilitarles llegar aún más lejos, a través de ecosistemas de ciénaga ubicados al norte del país.
Los hipopótamos son animales longevos que pueden vivir medio siglo o incluso más. Su imponente presencia en la región afecta de varias maneras a los distintos actores que dependen del Magdalena medio: pescadores, peces, nutrias, manatíes y plantas. La gran cantidad de alimento que los hipopótamos consumen al día se transforma en excremento que contamina la cuenca del Magdalena; en grandes cantidades esa materia orgánica afecta la calidad del oxígeno en el agua, lo que puede causar la muerte de peces y de los cuales dependen cientos de pescadores, explica Jiménez. Además, con sus excrementos, los hipopótamos también pueden transmitir enfermedades a humanos como brucelosis, malaria, paludismo y leptospirosis.
De hecho, según los expertos, los que más corren peligro son las 233 especies de peces del río Magdalena, pues en una cuenca con más hipopótamos, dada la contaminación que generan estos animales con sus heces, cada vez habrá menos oxígeno y por ende menos peces.
Del total de peces que habitan el río, 158 son endémicos, es decir, sólo existen allí y no se pueden encontrar en ninguna otra parte del mundo. El crecimiento desmedido de las poblaciones de hipopótamos podría entonces acabar con el bagre rayado (Pseudoplatystoma magdaleniatum), el bocachico (Prochilodus magdalenae), el barbul (Pimelodus yuma), el rivulín del Magdalena (Rivulus magdalenae) y el pataló (Ichthyoelephas longirostris), por nombrar solo algunos.
Estos grandes mamíferos también alteran la estructura física del río. Los hipopótamos son “ingenieros de cuencas” y con su peso transforman estos espacios al caminar y moverse sobre ellos. Eso puede terminar afectando especies locales en peligro que también dependen del Magdalena, como el manatí del Caribe. Según la investigación, solo la extracción de 15 hembras y 15 machos al año podría ayudar a erradicar esta especie. Sin embargo, esta es una afirmación que genera amores y odios.
Un debate que va del amor al miedo
Pepe es un antes y un después en la problemática de los hipopótamos en Colombia. El 18 de junio de 2009 en una operación de cacería de control ordenada por el entonces ministro de Ambiente, Carlos Costa, un equipo de militares y cazadores mató a Pepe, un hipopótamo de tonelada y media que se había escapado de Nápoles en 2007, cuando la Hacienda ya había sido convertida en parque temático. El objetivo de la operación eran tres hipopótamos: Pepe, una hembra y una cría. Las fotografías difundidas sobre la cacería del hipopótamo generó revuelo e indignación.
La muerte de Pepe se difundió en grandes medios de comunicación de Estados Unidos y Europa. La cacería desató un debate, que hasta hoy continúa, sobre qué hacer con esta especie invasora. Una polémica que se avivó aún más cuando, en 2012, el Juzgado Doce Administrativo de Medellín prohibió la cacería como un método para el control de la población de hipopótamos en Colombia.
Antes de la muerte de Pepe, la cantidad de estos enormes mamíferos libres se calculaba en poco más de 20 individuos. No había registros de ataques a personas. Pero, desde 2009, el Ministerio de Ambiente había considerado que el creciente aumento de la población de estos animales podría significar un riesgo para los habitantes del departamento de Antioquia, dado que ya en ese momento estos gigantes eran reconocidos como el animal salvaje que más asesinaba personas en África.
Desde entonces se han registrado dos ataques a personas que no han dejado víctimas mortales, por ahora. El primero fue en mayo de 2020 a un campesino de Puerto Triunfo quien se salvó casi milagrosamente de la muerte cuando un hipopótamo lo embistió, porque él estaba sacando agua de un río que el hipopótamo consideraba como su territorio. El último ataque del que se tiene registro fue en octubre de 2021, cuando una hembra de hipopótamo que estaba junto a su cría, atacó a un habitante del municipio de Puerto Triunfo cuando este se acercó demasiado al animal. Una investigación de Mongabay Latam mostró que el hombre podría haber estado intentando atrapar a la cría para venderla.
Hugo López, líder del grupo de Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional y uno de los expertos que participó en el reciente estudio que confirmó la cantidad de hipopótamos que existe hoy en el país, resalta que son varios los aspectos que impiden tratar y controlar a los hipopótamos como una especie invasora en Colombia: “Hay un tema de voluntad política, hay un tema de presión de animalistas, hay un tema de lo que representa el hipopótamo para el simbolismo asociado al narcotráfico. Es una cosa multidimensional. A mí me parece que hay componentes más políticos. Considero que la tutela [acción legal para la defensa de derechos fundamentales en Colombia] que se puso para evitar la cacería de control de hipopótamos es un desacierto del juez, deberíamos demandarla porque fue el causante de amarrar a las autoridades ambientales”.
Esa orden judicial que impide la cacería de control del mamífero, insiste, ha frenado a las autoridades ambientales para desarrollar estrategias efectivas que detengan el crecimiento de las poblaciones de hipopótamos en Colombia y, con ello, atajar algunos de los problemas que enfrenta el país debido a ellos.
En África, los hipopótamos son considerados la especie más peligrosa del mundo animal. Al año causan en promedio entre 500 y 3000 muertes en ese continente. Eso es más de las muertes generadas por leones y cocodrilos, dos temidos carnívoros.
En Colombia, el debate que existe sobre esta especie invasora va del amor al miedo.
David Echeverri, coordinador de Bosques y Biodiversidad de Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare), explica que para aquellos que viven en las cercanías de Puerto Triunfo y Doradal (Antioquia), los hipopótamos se han transformado en una especie de importancia porque movilizan la economía: son considerados un símbolo de la región y un atractivo para turistas que ven en estos animales a un herbíboro carismático, lento e inofensivo. Cornare es una de las entidades ambientales que más tiene que ver con los hipopótamos, al ser la encargada de los temas ambientales en una amplia parte del Magdalena Medio, sobre todo en los municipios cercanos a Nápoles.
En otras regiones más cercanas al río Magdalena, el concepto que las personas tienen de los hipopótamos es diferente. Para los pescadores, campesinos y habitantes ribereños, el hipopótamo es un animal peligroso que desde 2020 —cuando se registró el primer ataque a un campesino en la zona de Puerto Triunfo— tiene inquietos a los habitantes. Y es que estos gigantes paquidermos, que alcanzan tres toneladas de peso, pueden correr hasta 50 kilómetros por hora por lo que una de sus embestidas puede equipararse al impacto de ser atropellado por una camioneta. Además, al ser anfibios, los hipopótamos pueden voltear con facilidad embarcaciones de pescadores que navegan en el río Magdalena.
Un desafío gigante
Desde el 25 de marzo de este año los hipopótamos fueron declarados especie invasora por un equipo de científicos y expertos en mamíferos y conservación de especies trabaja en el desarrollo de una Estrategia Nacional para el Manejo del Hipopótamo. Mientras tanto, y dado que la cacería de control no está permitida, entidades como Cornare trabajan en el control de la especie a través de la castración y el uso de un contraceptivo experimental. Cualquiera de estas dos estrategias implica grandes desafíos.
Encontrar un hipopótamo en medio de un inmenso y caudaloso río marrón o entre extensas Ciénagas es como buscar una aguja en un pajar. Capturarlo es aún más complejo, pues para ponerle la dosis exacta de anestesia se requiere saber su peso, algo muy difícil de calcular cuando el animal está bajo el agua. Un mal cálculo en la cantidad de anestesia puede hacer que el ejemplar, de hasta tres toneladas, despierte en medio del procedimiento, lo que se convierte en un peligro para los veterinarios. Eso, además, se traduce en altos costos: entre 20 a 25 millones de pesos colombianos por animal (entre 4 y 5 mil dólares).
Cuando la decisión es aplicarle inmunocastración (un experimento que se realiza en Colombia con un vacuna llamada GonaCon que, en teoría, castra químicamente a los animales), el problema es que esto solo funciona con tres dosis; encontrar a un mismo hipopótamo que está en libertad para aplicarle cada una de las dosis ha sido un trabajo casi imposible, lo que limita la efectividad de esta estrategia. “Las medidas de manejo que se han propuesto hasta el momento muchas veces no van de la mano con los tiempos de reproducción que tienen los hipopótamos. Eso en pocas palabras es que se están reproduciendo más rápido de lo que los esterilizamos”, destaca Echeverri.
Tampoco es una opción viable capturarlos y llevarlos a África. Los hipopótamos que están en Colombia no provienen de ejemplares que hayan nacido en el continente africano, sino que su origen es un zoológico de Estados Unidos; ahí fue en donde Escobar los compró.
Dado que toda la población que ahora se reproduce en Colombia proviene del mismo macho y las mismas tres hembras que llegaron al país en los años ochenta, la baja variabilidad genética y la posibilidad de que sean reservorios de parásitos o patógenos podría poner en riesgo a las poblaciones africanas que, paradójicamente, están bajo la categoría de especie Vulnerable a la extinción. La llegada de hipopótamos desde Colombia podría amenazar aún más a las poblaciones que se encuentran en África.
Además, no hay muchos zoológicos en el mundo que estén dispuestos o puedan cubrir los altos costos que implica la captura, traslado y manutención de un solo hipopótamo. Mientras tanto, estos enormes mamíferos en Colombia se reproducen en forma imparable. Maria Piedad Baptiste, investigadora del Instituto Humboldt, explica que las poblaciones están divididas en varios grupos y que de hecho han colonizado zonas en el río magdalena, como un islote de 160 hectáreas conocido como la Isla del Silencio, ubicado entre los municipios de Puerto Triunfo y La Dorada.
Baptiste advierte que cada día que pasa incrementa la posibilidad de movilidad y crecimiento que tienen los hipopótamos. Hoy, de acuerdo con la investigación que determinó el número de animales que hay en estado silvestre en el país y en la cual también trabajó Baptiste, la presencia de estos gigantes se registra hasta el municipio Magangué, en el departamento de Bolívar, Caribe colombiano. Eso significa que estos animales han logrado recorrer, a través de la cuenca del Magdalena, 400 kilómetros de distancia desde su punto inicial en Doradal y podrían tener la capacidad de colonizar hasta 13.000 kilómetros cuadrados de territorio.
“La idea no es acorralarlos y traerlos como se hace con el ganado, sino restringir su movilidad y capacidad de reproducción. Para los individuos que están aún en Nápoles lo ideal es confinarlos, hacerles un encerramiento y tener un número ideal para poderlo confinar y que no se puedan reproducir. Y la otra opción es evitar que se dispersen y así reducir los números en esos diferentes sitios donde hemos identificado que podrían estar”, asegura Baptiste.
¿Aprender a convivir con ellos?
Baptiste, Echeverri y López alertan que es urgente tomar las medidas necesarias para detener el crecimiento de la población de los hipopótamos de Colombia y evitar que alcancen tasas mucho más altas que las que se registran en África. También coinciden en que, de realizar las estrategias correctas, esta especie puede ser erradicada de los ecosistemas colombianos y sus efectos, a su vez, pueden ser limitados.
Esa visión no la comparte el investigador Germán Jiménez. Para él, aún cuando se apliquen medidas para detener las tasas de crecimiento de la población de hipopótamos, Colombia debería acostumbrarse a la presencia de estos mamíferos, ya que es imposible erradicarlos por completo.
Jiménez trabaja con una metodología denominada Modelamiento y simulación de sistemas complejos que le permite asegurar que es muy difícil erradicar por completo a todos los hipopótamos que hay en el país, ya que la invasión de la especie está muy avanzada.
El experto explica que los hipopótamos se encuentran en una región que es más grande que la ciudad de Bogotá; si su reproducción continúa como hasta ahora, tienen la capacidad de expandirse por un territorio aún más grande que el que ocupan países como Catar, Líbano o Jamaica.
Una práctica que hace aún más difícil el panorama y facilita la dispersión de esta especie a regiones como los Llanos orientales es la comercialización ilegal de crías de hipopótamo.
“En todas las poblaciones de fauna silvestre alrededor del mundo se ha probado que cuando se inician estrategias de erradicación de animales invasores hay que empezar en las primeras etapas de la invasión. Cuando ese tamaño poblacional ha alcanzado cierto número de animales ya es muy difícil echar ese número para atrás”, explica Jiménez
El investigador de la Universidad Javeriana estima que si ya se habla de 133 animales distribuidos en un territorio de 2.000 kilómetros cuadrados, “tendríamos que hacer un barrido espectacular y seguramente con todo y ese barrido se nos van a escapar animales”. Jiménez recuerda que existen evidencias en la literatura científica y en el trabajo de campo de que aquellos animales que logran escapar son generalmente los más listos y agresivos y esos animales dejan descendencia. Entonces, dice, “vamos a tener a futuro animales más listos y agresivos”.
Bajo el concepto de Jiménez, debido a lo difícil que es capturarlos y a la facilidad que tienen para moverse, los hipopótamos podrían convertirse en un animal que ocasionalmente seguirá siendo visto dentro de algunas zonas del país. Eso, a pesar de que se apliquen las estrategias de manejo adecuadas. “Esos animales que se nos escapen se podrían convertir en animales ocasionales en esos ecosistemas y hay que aprender a convivir con ellos”, asegura el investigador.
Colombia tiene hoy ese dilema: acostumbrarse o no a convivir con los descendientes de los cuatro hipopótamos que Escobar introdujo al país y que ahora son terratenientes que tranquilamente han colonizado uno de los ríos más importantes de la nación, de cuyas aguas dependen no solo pescadores y campesinos, sino también una inmensidad de especies endémicas. En algo en lo que sí coinciden los expertos es que después de 40 años de inacción estatal, por fin comienzan a darse los primeros pasos para controlar a una especie invasora que encontró en la región del Magdalena su paraíso.
Fuente:
Septiembre, 2022