Réquiem por un río
"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"
Conservación de las fuentes de agua / El fenómeno de la sequía
La sombra de un río en una región sin agua. Por algunos sectores va completamente seco por la sobreexplotación y sus habitantes lo sufren. Este es el recorrido de la cordillera al mar del Aconcagua en sequía.
En otro tiempo, la cancha que está al lado del Puente del Rey, a la entrada de San Felipe, debió atraer a decenas de niños, todos persiguiendo una pelota que corría paralela al río Aconcagua, su murmullo confundido con la corriente. En la actualidad, esa escena parece un imposible. Polvo, basura y una colección de botellas vacías es lo único que se puede encontrar.
Y a pocos metros, el río ya no parece río.
A 36 kilómetros de su nacimiento, el Aconcagua se transforma en testimonio de un pasado mejor y de un presente angustiante. Apenas un hilo de color verde que se puede cruzar de un salto y que se abre paso a duras penas entre las piedras y el musgo. Lo rodean coches de guaguas, maletas, ropa vieja y restos de comida.
Nada vivo parece salir de ahí.
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Una breve semblanza: su nombre proviene del aimara conca-hue, que significa “lugar de gavilla”. Nace de la unión de los ríos Juncal y Blanco, en la Cordillera de los Andes, se alimenta del deshielo en verano y de la lluvia en invierno. Por aquí, dice la historia, pasó el Ejército Libertador de José de San Martín y Bernardo O’Higgins antes de hacer frente a los españoles. A esta altura aparece el Aconcagua.
Acá, en el sector Los Chacayes, vive Pedro Barraza, agricultor flaco y canoso que llegó durante los 70, cuando se ofrecían parcelas a quienes estuvieran dispuestos a soportar las duras condiciones de vida. Una vez, recuerda, la corriente creció tanto, que se llevó el único puente que tenían para salir. Estuvieron incomunicados durante días.
Ahora es difícil imaginarlo. La corriente es fuerte, aunque carece de profundidad. “Este invierno fue muy helado, pero casi no llovió y no hubo nieve. Fue extraño”, cuenta Barraza.
Según el Informe Pluviométrico de la Dirección General de Aguas (DGA) de agosto de 2019, el caudal del río Aconcagua disminuyó un 71% respecto de su promedio histórico. “Nos preocupa enormemente la situación, así como también la de todos estos otros ríos y cuencas que presentan un alto porcentaje de déficit. Por eso estamos reforzando nuestros planes con innovación, para encontrar nuevas fuentes de agua”, dice el subsecretario de Obras Públicas, Lucas Palacios.
El déficit hídrico llevó al gobierno a declarar zona de emergencia agrícola en la región y a comprometer recursos para tratar de superar la crisis. Ya en la cordillera se empiezan a notar sus efectos.
“En verano la gente se podía bañar. Hacían piscinas con piedras y pasaban el tiempo ahí. También venían a pescar truchas”, se lamenta Barraza. “Colbún se está llevando casi toda el agua para arriba. Sacan agua del río. Lo digo porque trabajé 26 años en esa central y la conozco bien”.
El Aconcagua baja serpenteando a lo ancho de la región hasta llegar a su desembocadura, en Concón. La población aproximada en la cuenca es de 730.000 personas. En total recorre 166 kilómetros. Por el camino cruza la Escuela de Montaña del Ejército, industrias, mineras, ciudades y pueblos perdidos; cerros llenos de paltos, centros vacacionales y estaciones de servicio; parcelas y moteles.
Todo antes de llegar al mar.
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La transhumancia es el rito en que los crianceros buscan refugio para sus animales al interior de la cordillera. Lo hacen entre diciembre y abril, la temporada menos lluviosa. Arriba encuentran agua y pasto para alimentar al ganado. Es una convivencia silenciosa con la naturaleza.
Hace seis años, Freddy Moreno iba acompañando a una familia cuando se dio cuenta de algo extraño. Iba a un estero que conocía para beber agua, pero solo encontró una huella en el pasto. Por primera vez pensó en la sequía como una amenaza real.
“Fue algo bien curioso. Las aguas naturales se habían secado y quedaba muy poquito. Acá antes corría el agua y en las quebradillas tú y los animales podían tomar agua. Hacía un calor horrible en plena cordillera”, recuerda.
El agricultor ahora está parado debajo del Puente 21 de Mayo, donde solía fluir el río Putaendo. Lo único que se escucha es la vibración de los autos que pasan, como un martilleo contra el cemento. Por donde antes había agua, solo quedan piedras, flores y pilas de basura.
El río que alimentaba el caudal del Aconcagua se secó. Freddy Moreno se organizó junto a otros crianceros para hacer el primer registro de los daños. Contabilizaron un total de 2.500 animales muertos. Ahora el grupo, llamado “Viajar o morir”, se ha organizado para juntar recursos para los afectados.
“Tenía 40 ovejas y me quedó una. De las cabras ya me quedan ocho. Ya no quiero ni contarlas, para qué. Tengo caballos que uso para hacer cabalgatas y expediciones a la cordillera. Y se murió una de las yeguas”, dice Moreno.
El Movimiento por la Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (Modatima) sigue atentamente la situación en esta zona. “Los efectos son súper crueles -dice Nicolás Bujes, ingeniero en Recursos Renovables de la organización-. La población rural es la primera que se siente con los agricultores. Son los primeros resentimientos. Y segundo, hay un tema de género. Son las mujeres quienes a nivel global tienen que acarrear el agua”.
Muchos crianceros están migrando al sur para sobrevivir. Freddy Moreno, en cambio, no se piensa mover.
“Yo soy putaendino y me muero acá. Aunque sea seco”.
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Aurora Cordero llegó a Panquehue, un pueblo cerca de San Felipe, hace 20 años. Creció, trabajó en agricultura, formó una familia en esas tierras y ha sido testigo de su decadencia.
“He visto llorar a mi padre, que de verdad está complicado. No puede creer que su comuna esté seca. Que por la avaricia nos están dejando secos”, dice.
El valle está rodeado de cerros fértiles llenos de paltos. El “oro verde” que, dicen, agota esas tierras y acaba con árboles nativos. “Y quieren plantar más arriba. ¿Qué están esperando? Quieren exterminar todos los cerros, llenarse de plata y dejarnos todos secos. No estamos secos, nos han saqueado el agua”, comenta Aurora.
“El problema es el uso intensivo”, dice Ulrike Broschek, de Fundación Chile. “Más allá de la especie, del cultivo, eso no incide tanto. Es la extensión la que hace que el consumo que se requiera es muy grande. Eso se dio por el sobreotorgamiento del derecho de agua”.
En 2018, su institución trabajó junto a ministerios, universidades, fundaciones y gremios de sectores productivos para realizar el primer balance hídrico del país. Según el informe, la brecha hídrica del río Aconcagua es de un 38%. El estudio calculó el tipo de demanda en la cuenca. Un 89,9% fue consumo agrícola; 7,6% para minería; 2% de agua potable y un 1,4% de generación eléctrica.
“La forma en que se administra y se gestiona el agua en la cuenca tiene una incidencia alta en la crisis (…). Eso tiene que ver con falta de fiscalización respecto del uso de las aguas de las extracciones”, comenta Broschek.
Pese a la extracción, Panquehue aún goza de un oasis donde sus habitantes se refugian del sol. Los árboles aseguran sombra y brisa fresca. Hacen asados y algunos se meten al agua. En ese lugar, el río pasa silencioso y manso.
“Esto no es nada”, comenta Aurora con amargura. Ella recuerda que antes, para cruzar, debían tomarse de las manos y amarrarse con toda su familia para no ceder a la corriente. Ahora se cruza dando un salto.
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Rautén Bajo queda al norte de Quillota. Desde acá se ven algunos prados fértiles. Otros solo muestran polvo, piedras y plantas marchitas.
Rodrigo Briones llegó a vivir al lugar hace cinco años, buscando una vida tranquila. Se instaló junto a su esposa y sus tres hijos. Sin ayuda, dice, construyó su casa, un quincho y el jardín. Su último invento es un sistema para guardar el agua que usa para lavar la loza y el baño. Con tubos, estanques y productos químicos la guarda, purifica y luego la hace disponible para regar. También recicla lo que usa en la piscina.
El pasto de su casa, a diferencia de sus vecinos, tiene un verde inusual.
“El problema que atraviesa nuestra región trasciende a todo lo que habíamos visto; la deficiente administración del agua durante años se suma a una sequía, en el contexto del cambio climático, que agrava de forma casi irreversible la situación”, dice el diputado Andrés Longton (RN).
El gobierno, a través de la DGA, ha impulsado el Plan Aconcagua, que considera obras en corto y mediano plazo, con una inversión de $ 20 mil millones.
“Camino por mi distrito y sus consecuencias son brutales. La salud mental de crianceros, familias agricultoras y sobre todo niños es de un malestar e incertidumbre terribles, donde muchos ya han migrado. Pese a las advertencias de las comunidades, entró muy tarde el tema en la agenda”, señala el diputado Diego Ibáñez (Convergencia Social).
En Chagres y Catemu, el caudal fue desviado para crear piscinas naturales con fines turísticos. Por La Calera es común ver camiones extrayendo áridos. En Quillota ya casi no corre agua. Y en Colmo, la gente tuvo que improvisar un estanque con piedras para guardar agua.
Es acá donde el agua llega en menor cantidad y calidad. Al estar más alejados de la cordillera reciben lo que va dejando el resto. Entre los expertos hay coincidencia en que los más vulnerados son los pequeños agricultores. Y que es necesario asegurar el acceso al agua para los habitantes más empobrecidos.
“Se deben implementar medidas para enfrentar este tipo de emergencias y permitir acceder a este servicio básico, pero también a mediano plazo es clave que se reconfiguren las actividades productivas que se están implementando en la zona y que están poniendo en riesgo el abastecimiento”, dice Estefanía González, coordinadora de campaña de Greenpeace.
A la orilla del río se repiten las mismas historias. Que el caudal antes llevaba mucha más agua; que la gente hacía piscinas y pescaba; que llegaron las grandes industrias y todo se secó; que la crisis es aguda, como nunca antes habían visto y, sobre todo, que necesitan ayuda.
“Y aún no llega el verano. Creo que va a ser muy duro”, dice con resignación Rodrigo Briones.
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El río de pronto se ensancha, se hace más profundo y gana sus primeras olas. Por primera vez se ve gente que se reúne a pescar en sus orillas. Después de atravesar 166 kilómetros hacia el oeste, el Aconcagua llega a su desembocadura, en Concón.
Y a un paso del mar se forma un humedal que también es parque ecológico. Da la impresión de ser una especie de lugar idílico de descanso tras el sufrido viaje. El viento corre fuerte y el paisaje es fértil, verde y protegido, como en ningún otro punto de la cuenca. Se pueden observar al menos 80 especies de aves, peces y plantas nativas, dice el guía. Se debe cuidar el ecosistema, añade.
Al final, donde el Aconcagua desaparece en el Pacífico, aparecen las chimeneas de la refinería de Concón.
Fuente:
Fredi Velásquez Ojeda
Octubre, 2019